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Visión ignaciana/jesuita, Características de la
Basándose en una variedad de fuentes contemporáneas que tienden a confirmarse unas a otras, se puede elaborar una lista de características comúnmente aceptadas de la visión ignaciana/jesuita:

  • ve la vida y el universo entero como un don que genera asombro y gratitud;

  • le da un amplio alcance a la imaginación y la emoción, así como al intelecto;

  • busca encontrar lo divino en todas las cosas —en todas las personas y culturas, en todos los ámbitos de estudio y aprendizaje, en cada experiencia humana, y (para los cristianos) especialmente en la persona de Jesús*;

  • cultiva la conciencia crítica del mal personal y social, pero apunta al amor de Dios como algo más poderoso que cualquier mal;

  • hace hincapié en la libertad, la necesidad de discernimiento* y la acción responsable;

  • faculta a las personas para que se conviertan en líderes al servicio, “hombres y mujeres para los demás”*, “personas íntegras solidarias”, construyendo un mundo más justo y humano”.


Nadie afirma que ninguna de estas características sea exclusivamente ignaciana o jesuita. Es más bien la combinación de todas ellas y la manera en que se engranan lo que hace que la visión sea distintiva y muy apropiada para una época en transición, ya sea de la medieval a la moderna en los tiempos de Ignacio, o de la moderna a la postmoderna en el nuestro.

Visión o historia judeocristiana, La
Esta es una versión de la visión o historia judeocristiana, contada con cierto énfasis por Ignacio de Loyola*. La gran y misteriosa Realidad de amor personal y auto entrega que muchos llaman Dios es el origen y el destino de toda la creación, del universo entero. Dios está presente y obra en todo, llevándolo a su plenitud. Todas las cosas son originalmente buenas y potencialmente son los medios para que esas criaturas llamadas seres humanos encuentren al Dios que los creó y obra en ellos. Aun así, ninguna de estas cosas es Dios, por lo tanto son radicalmente limitadas.  En efecto, en el caso de los seres humanos (que de alguna manera reflejan la imagen de Dios en forma especial), su libertad relativa se traduce en una nueva dimensión de ser conforme a la cual no solo existe el bien en el mundo, sino también el mal: egoísmo, guerra, dominación racial, sexual, económica y ambiental de algunas personas sobre otras. Por tanto, la historia humana está marcada por la lucha entre las fuerzas del bien o “vida” y el mal o “muerte”. Dios ha elegido libremente ponerse de parte de la humanidad imperfecta, que lucha, participando de manera más definitiva en la vida humana y viviéndola “desde el interior” en la persona histórica de Jesús de Nazaret. El compromiso irrevocable de Dios con la empresa humana cimienta y estimula la respuesta de las personas de trabajar con Dios para construir una comunidad de justicia, amor y paz —el “reino” de Dios que Jesús predicó y vivió. Al igual que para Jesús, para sus seguidores también se requiere discernimiento* —una comprensión muy precisa de uno mismo y su cultura en el Espíritu de Dios— para reconocer en cualquier situación determinada lo que ayuda a la venida del reino de Dios y lo que la obstaculiza. Frente al egoísmo y la maldad humana, en última instancia el camino conlleva el darse a sí mismo, pasando a través del sufrimiento y la muerte para ganar la vida—verdaderamente, la vida eterna. Y a lo largo del camino, porque los seguidores de Jesús actúan con cautela para no idolatrar a ninguna persona o cosa (es decir, hacer un dios de ellas), tienen menos probabilidades de sentirse decepcionados de ellos mismos o de otros o de la historia humana por todo su peso de maldad personal y social. Más bien continúan preocupándose por las personas y la empresa humana, porque su esperanza está puesta en Dios, la suprema Realidad de amor personal y auto entrega.