Los jesuitas comenzaron a llegar a las Américas luego de la fundación de la Compañía de Jesús en 1540.
El jesuita español, P. Pedro Martínez, llegó a lo que ahora es Florida en 1566, mientras que los jesuitas franceses situados en Maine celebraban, en 1611, la primera misa en el Nuevo Mundo en la cuenca del río Kennebec.
Los jesuitas ingleses establecieron una misión poco después de su llegada en Maryland en 1634. Los jesuitas franceses como Jacques Marquette llegaron navegando en sus canoas a lo largo de las aguas desconocidas de los Grandes Lagos. Hacia 1680, los hombres de túnicas negras también venían desde España para establecer iglesias y aldeas en lo que hoy es el suroeste americano.
Los jesuitas franceses primero evangelizaron las naciones indígenas americanas en el vasto territorio de Luisiana a principios del siglo XVIII. El P. Paul Du Ru, capellán de la expedición francesa de 1700, se convirtió en el primer jesuita en explorar el Mississippi desde su cuenca hacia el norte, contribuyendo a la exploración de Marquette de la parte superior del río.
Con el tiempo, Nuevo Orleans se convirtió en la sede central de la misión jesuita francesa, con una plantación jesuita que cubría lo que ahora es el distrito comercial central de la ciudad. La abolición de la Compañía en 1773 por el Papa Clemente XIV puso fin a ese primer esfuerzo misionero.
En 1823, poco después de que el Papa Pío VII restaurara la Compañía en 1814, ocho novicios belgas, dos hermanos y dos sacerdotes partieron por el río Ohio. Tenían pocos instrumentos de guía, pero una fe intensa en que Dios los guiaría con seguridad a través de canales serpenteantes y troncos de árboles sumergidos hasta un pequeño pueblo fronterizo donde realizarían su sueño de construir una iglesia en el Nuevo Mundo. St. Louis solo tenía 4.000 habitantes cuando estos fundadores de la provincia de Missouri llegaron el 31 de mayo de 1823. Venían acompañados de seis esclavos. Ahora se está estudiando detalladamente esta parte abominable de la historia jesuita para saber más acerca de los esclavos forzados a trabajar para los jesuitas y que ayudaron a asegurar el éxito de la misión.
En 1831, cuatro jesuitas franceses llegaron a Nuevo Orleans de camino a Bardstown, Ky. El obispo de Nuevo Orleans le pidió al Padre John Roothaan que le enviara jesuitas para ayudarlo a establecer una universidad jesuita en Luisiana. Después de considerar varios lugares, abrieron su establecimiento, el St. Charles College, en Grand Coteau en enero de 1838 como la única escuela católica para hombres en Luisiana. El Padre Nicholas Point, un jesuita francés que estaba trabajando en la Misión de Missouri, fue designado rector de la nueva universidad. Al año siguiente, el Padre Roothaan hizo que la nueva universidad fuera responsabilidad de los jesuitas de la Misión de Missouri. En 1847, los jesuitas franceses de la provincia de Lyon asumieron la responsabilidad de lo que entonces era la Misión de Nuevo Orleans, la cual incluía el St. Charles College, la parroquia San Carlos Borromeo y una escuela fundada por el obispo de Mobile, Alabama. Su territorio se extendía hasta Georgia, Alabama y Texas. Nuevo Orleans se convirtió en provincia en 1907 y su primer provincial fue el P. John F. O’Connor.
Mientras tanto, en el norte, la Misión de Missouri se convirtió en viceprovincia en 1840 y en provincia en 1863.
A medida que la Iglesia crecía en el centro del país, surgieron tres provincias de la Provincia de Missouri: Chicago, Detroit y Wisconsin. Al aumentar el número de jesuitas, se crearon universidades, escuelas secundarias y parroquias.
En los últimos años, las provincias jesuitas de Estados Unidos y Canadá se han reorganizado. Las provincias de Nuevo Orleans y Missouri se transformaron en la Provincia jesuita Central y Meridional de Estados Unidos el 31 de julio del 2014, y su primer Provincial fue el Padre Ronald Mercier. La región de Puerto Rico se unió a la provincia al año siguiente.
Hoy en día, los jesuitas estadounidenses y canadienses siguen explorando fronteras nuevas. Junto a nuestros colaboradores laicos, fomentamos el diálogo con las religiones no cristianas de los países en desarrollo, por ejemplo, y creamos escuelas en barrios problemáticos de las partes urbanas. La misión sigue siendo la misma de hace cuatrocientos años: lograr que la gente y las culturas se acerquen más a Dios.