Concilio Vaticano II (“Vaticano II”, para abreviar)

Fue convocado en 1962 por el papa Juan XXIII para “poner al día” a la Iglesia Católica. Este Concilio Ecuménico XXI (es decir, mundial) marcó el crecimiento de la Iglesia Católica de ser una iglesia de confinamiento cultural (en gran parte europeo) a una iglesia mundial genuina. El Concilio le pone su sello de aprobación a la obra de los teólogos del siglo XX que antes se habían considerado peligrosos o equivocados. De este modo, el movimiento bíblico, la renovación litúrgica y el nuevo movimiento laico* se incorporaron a la doctrina y práctica católica oficial. Estas son varias nuevas perspectivas significativas derivadas del Concilio: la celebración de la liturgia (culto) en varias lenguas vernáculas en vez de latín, para facilitar la comprensión y la participación laica; ver a la Iglesia como “el pueblo de Dios” en lugar de solo el clero, y ver otros organismos cristianos (protestantes, ortodoxos) como pertenecientes a él; reconocer que las religiones no cristianas contienen verdad; honrar la libertad de conciencia como un derecho humano básico; y finalmente, incluir en su misión llegar a las personas en todas sus esperanzas, necesidades y sufrimientos como parte esencial de predicar el Evangelio. Hoy día, hay una seria división entre los católicos en cuanto a la cuestión del Vaticano II. Algunos (los “conservadores”) consideran que ha fallado por haber renunciado a cosas esenciales de la tradición, y otros (los “liberales”) creen que ha sido demasiado poco y se ha llevado a cabo en una forma demasiado imperfecta.