En 1975, jesuitas de todo el mundo se reunieron en una asamblea solemne para evaluar su estado presente y para esbozar planes para el futuro. Siguiendo la dirección de una asamblea (sínodo) internacional reciente de obispos católicos, llegaron a la conclusión de que la característica distintiva de todo ministerio que se merezca el nombre de jesuita sería su “servicio de la fe”, del cual la “promoción de la justicia” es un requisito absoluto. En otras palabras, la educación jesuita debe destacarse por el modo en que ayuda a los estudiantes – y por ende, al cuerpo docente, el personal y los administradores – a avanzar, en libertad, hacia una fe madura e intelectualmente adulta. Esto incluye habilitarlos para que desarrollen una sensibilidad disciplinada hacia el sufrimiento de nuestro mundo y la voluntad de actuar para transformar las estructuras sociales injustas que causan ese sufrimiento. El enorme reto, al que ninguno de nosotros puede equipararse, no obstante recae en todos nosotros, no solo en los miembros de los departamentos de teología y filosofía, el ministerio del recinto y el desarrollo espiritual.