En un discurso que hoy es famoso, pronunciado ante los exalumnos de las escuelas jesuitas en Europa (31 de julio de 1973), Pedro Arrupe* trazó un perfil de lo que debería ser un graduado. Admitió que las escuelas jesuitas* no siempre han alcanzado sus objetivos aquí, y pidió una reeducación para la justicia: Hoy día nuestro objetivo educativo principal debe ser formar hombres y mujeres para los demás… personas que ni siquiera pueden concebir el amor de Dios que no incluya el amor por el menos valorado de sus prójimos; personas convencidas de que el amor a Dios que no incluya la justicia para los seres humanos es una farsa… Todos quisiéramos ser buenos con los demás, y la mayoría de nosotros seríamos relativamente buenos en un mundo bueno. Lo que es difícil es ser bueno en un mundo malo, donde el egoísmo de los demás y el egoísmo integrado en las instituciones de la sociedad nos ataca… El mal solo se vence con el bien, el egoísmo con la generosidad. De ese modo es que debemos sembrar justicia en nuestro mundo, sustituyendo el amor por el interés propio como fuerza motriz de la sociedad. Con arreglo a lo dicho por Arrupe, el siguiente superior general jesuita, Peter-Hans Kolvenbach* desafió a los 900 delegados jesuitas* y laicos* de las 28 universidades reunidos en la “Asamblea 89” a enseñar a nuestros estudiantes a no tomar “ninguna decisión significativa sin pensar primero en la forma en que impactaría a los menos valorados la sociedad” (es decir, los pobres los marginales que no tienen voz). Y once años más tarde, hablando de la “fe que hace justicia” en una reunión nacional similar en la Universidad de Santa Clara celebrada el 6 de octubre del 2000, Kolvenbach fue incluso más directo y elocuente al exponer los objetivos para la universidad jesuita americana del siglo XXI: Aquí en Silicon Valley, florecen algunas de las principales universidades de investigación del mundo junto con las frágiles escuelas públicas donde hay un abandono escolar masivo de estudiantes afroamericanos e inmigrantes. A nivel nacional, uno de cada seis niños está condenado a la ignorancia y la pobreza… Gracias a la ciencia y la tecnología, la sociedad humana puede resolver problemas como alimentar al hambriento, albergar al desamparado, o desarrollar condiciones de vida más justas, pero fracasa persistentemente en lograrlo. ========== La medida real de las universidades jesuitas [por lo tanto] radica en lo que se conviertan nuestros estudiantes.
La “persona íntegra” del mañana no puede estar completa sin una solidaridad bien formada. Por lo tanto, ¡debemos elevar nuestro nivel educativo jesuita para “educar a la persona íntegra en la solidaridad hacia el mundo real!”. La solidaridad se aprende a través del “contacto” más que a través de conceptos. Cuando la experiencia directa toca el corazón, la mente se puede sentir retada a cambiar. Nuestras universidades presumen de tener una variedad espléndida de programas de servicios, de difusión, de inserción, de contactos fuera del recinto, y cursos prácticos. Pero ningún punto de vista es neutral o está libre de valores. Una pregunta legítima, incluso si no parece académica, que se deben hacer todos los profesores sería: “Al investigar y enseñar, ¿dónde y con quién está mi corazón?”. Para garantizar que las preocupaciones reales de que los pobres encuentren su sitio, el personal docente necesita que haya una colaboración orgánica con las personas que, en la Iglesia y en la sociedad, trabajan entre los pobres y para los pobres, y buscan justicia activamente. Lo que está en juego es un diálogo interdisciplinario sostenido de investigación y reflexión, una puesta en común continua de conocimientos, cuyo fin es asimilar experiencias y percepciones en “una visión del conocimiento que, muy consciente de sus limitaciones, no se satisfaga con los fragmentos, sino que trate de integrarlos en una síntesis sabia y verdadera” del mundo real. Lamentablemente, muchos profesores no se sienten preparados académica, humana y, me atrevería a decir espiritualmente, para un intercambio semejante. Si el criterio de nuestras universidades consiste en lo que lleguen a ser los estudiantes, y si los profesores son el núcleo de todo esto, ¿qué más queda por decir? Quizás esto sea el tercer tema, el carácter de nuestras universidades: cómo proceden internamente y cómo repercuten en la sociedad; eso es lo más difícil. Como dice la Congregación General 34 [de la Compañía de Jesús], una universidad jesuita debe ser fiel, tanto al sustantivo “universidad” como al adjetivo “jesuita”. Ser una universidad requiere dedicación “a la investigación, la enseñanza y las distintas formas de servicio que corresponden a su misión cultural”. Ser jesuita “requiere que la universidad obre en armonía con las exigencias del servicio de la fe y la promoción de la justicia”. Una expresión reveladora de la naturaleza de la universidad jesuita se encuentra en las políticas de contratación y permanencia de los profesores. Como universidad, debe respetar las normas académicas, profesionales y laborales establecidas, pero como jesuita, es esencial ir más allá y buscar formas de atraer, contratar y promover a quienes comparten activamente la misión. ========== Toda academia jesuita de educación superior está llamada a vivir en una realidad social y vivir para esa realidad social, a volcar inteligencia universitaria en ella y a usar su influencia universitaria para transformarla. De este modo, las universidades tienen razones sólidas y distintas a las de muchas otras instituciones académicas para abordar el mundo real anquilosado en la injusticia y para ayudar a reformarlo a la luz del Evangelio.