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Ciudadanía Fiel: El reto de hoy y de siempre

julio 15, 2024

Por el P. Bill McCormick, SJ

Cuando John F. Kennedy fue elegido presidente de los Estados Unidos en 1960, muchos católicos estadounidenses creyeron que por fin lo habían conseguido. Como escribió Will Herberg en la misma época, «el catolicismo estadounidense ha negociado con éxito la transición de una iglesia extranjera a una comunidad religiosa estadounidense. Ahora forma parte del modo de vida estadounidense».

Si avanzamos hasta 2024, parece que hemos tenido demasiado éxito en esa transición. Los católicos están en todos los «bandos» de todas las cuestiones y divididos entre los dos principales partidos políticos. También están bien representados entre los despegados a la política. Los católicos estamos ahora totalmente asimilados, y poco, en apariencia, nos diferencia de los demás estadounidenses. Si antes la pregunta era: «¿Cómo pueden los católicos ser estadounidenses?», ahora es: «¿Cómo pueden los estadounidenses ser católicos?».

El documento Formando conciencias para una Ciudadanía Fiel: Un llamado a la responsabilidad política de los obispos católicos de Estados Unidos, publicado en 2007 como una guía para católicos, propone que los católicos tienen algo distinto que decir sobre la vida política.

Los obispos creen que las conciencias importan, pero que deben formarse. Los ciudadanos deben ser fieles, pero su fe debe dirigirse a algo más elevado que la política. De este modo, los católicos pueden ejercer sus responsabilidades políticas de forma que beneficien a toda la sociedad estadounidense y al mundo.

Dar cuenta de la esperanza

Cualquier lectura de Ciudadanía Fiel debe tener en cuenta su acentuación en la esperanza. El papa Francisco habla ampliamente de la esperanza en Laudato si’, su carta encíclica sobre el cuidado de nuestra casa común. El santo padre, aun reconociendo la dificultad de la tarea que tenemos por delante y la enorme magnitud del fracaso humano, nos recuerda que «los seres humanos, aun siendo capaces de lo peor, también son capaces de superarse a sí mismos, de elegir de nuevo lo que es bueno y de empezar otra vez, a pesar de sus condicionamientos mentales y sociales».

A los muchos que se sienten atrapados por colosales estructuras políticas, sociales y económicas, el papa Francisco les dice: «Ningún sistema puede suprimir por completo nuestra apertura a lo que es bueno, verdadero y bello, ni la capacidad que Dios nos ha dado de responder a su gracia que actúa en lo profundo de nuestros corazones».

La Ciudadanía Fiel opera desde esa esperanza. Sin negar la realidad del miedo, la ira, la ansiedad y la demonización, los obispos instan a que «Las enseñanzas de la Iglesia… ofrecen una visión de esperanza, donde abundan la justicia y la misericordia, porque Dios es la fuente infinita de toda bondad y amor. Con esta sabiduría y esperanza, podemos encontrar la manera de inclinarnos como hizo el Buen Samaritano, a través del miedo y las divisiones, para tocar y sanar las heridas».

La Parte I de Ciudadanía Fiel se centra en cuatro preguntas orientadoras:

(1) ¿Por qué enseña la Iglesia sobre cuestiones que afectan a la política pública?

(2) ¿Quién en la Iglesia debe participar en la vida política?

(3) ¿Cómo ayuda la Iglesia a los fieles católicos a hablar sobre cuestiones políticas y sociales?

(4) ¿Qué dice la Iglesia sobre la doctrina social católica en la plaza pública?

Para algunos católicos, la cuarta cuestión cubre un terreno bien explorado, ya que comparte los principios de la doctrina social católica: la dignidad de la persona humana, el bien común, la subsidiariedad y la solidaridad. Las otras tres cuestiones, por lo tanto, se vuelven más urgentes para nuestra consideración: ¿por qué debería la Iglesia tener algo que decir sobre asuntos de la vida pública? ¿Y cómo puede esperar hablar a los católicos más allá de nuestras considerables divisiones políticas e ideológicas?

La respuesta a esta pregunta comienza con la Gaudium et spes: «Cristo, el último Adán, mediante la revelación del misterio del Padre y de su amor, revela plenamente al hombre al hombre mismo y pone de manifiesto su vocación suprema».

Es imposible exagerar la importancia de este hecho central de nuestra salvación, que es Cristo quien revela plenamente quiénes somos. Las consecuencias para nuestra vida en común son considerables. Como ofrece Ciudadanía Fiel, «el amor de Cristo por nosotros nos hace ver con toda claridad nuestra dignidad humana y nos obliga a amar a nuestro prójimo como Él nos ha amado».

Así, el servicio de la justicia está íntimamente ligado a la promoción de la fe, un concepto familiar para la mayoría de la familia ignaciana. Este servicio está además garantizado por la Constitución de los Estados Unidos y por nuestras tradiciones políticas más antiguas, que protegen los derechos tanto de los ciudadanos individuales como de los cuerpos sociales.

Si la Iglesia se siente atraída a contribuir al bien común, entonces la naturaleza de la Iglesia condicionará, como es lógico, el modo en que contribuya al mismo. La Parte I de Ciudadanía Fiel ofrece una tesis crítica sobre este punto: «El clero y los laicos tienen papeles complementarios en la vida pública».

La participación directa en la política corresponde a los laicos. Su tarea consiste en proponer una alternativa a una política de «intereses poderosos, ataques partidistas, frases sonoras y bombo mediático», una política «centrada en la dignidad de todo ser humano, la búsqueda del bien común y la protección de los débiles y vulnerables». De este modo, sostiene la Gaudium et spes, «los laicos no sólo están obligados a penetrar en el mundo con espíritu cristiano, sino que también están llamados a ser testigos de Cristo en todas las cosas en medio de la sociedad humana».

¿Cómo ayuda la Iglesia a los laicos en esta tarea? Obviamente, los obispos ayudan a preservar y promover la enseñanza de la Iglesia sobre cuestiones sociales y políticas. En términos más generales, la Iglesia ayuda a los cristianos a desarrollar: una conciencia bien formada, las virtudes, en particular la prudencia; el compromiso y el hábito de hacer el bien y evitar el mal, y la capacidad de orientarse en la toma de decisiones morales. No son ayudas pequeñas, y sin embargo no suelen ser temas de conversación entre los católicos que debaten sobre política.

La Parte II de Ciudadanía Fiel se refiere a las posiciones políticas de la Iglesia y las sitúa en su contexto moral más amplio. Quizá el aspecto más interesante de esta sección sea la interacción entre la doctrina universal de la Iglesia y el contexto particular de Estados Unidos. Esta sección anima a los católicos estadounidenses a basarse en las ricas tradiciones americanas para tratar de responder a los aspectos problemáticos de la sociedad estadounidense.

La Parte III ofrece algunos objetivos y desafíos para el compromiso político católico. Es importante destacar que estos objetivos no son prescripciones muy específicas, sino amplias esperanzas y áreas de desafío. Los obispos respetan la tarea de los laicos de seguir prudentemente sus conciencias en las contingencias siempre cambiantes de la vida política.

Sondeos ignacianos

Hay muchas resonancias entre la Ciudadanía Fiel y la espiritualidad ignaciana. Esto se debe a que lo mejor de lo ignaciano se nutre de la universalidad del propio catolicismo. La conexión intrínseca de la espiritualidad ignaciana con la universalidad de la Iglesia abre a sus devotos a apropiaciones más profundas y amplias de la espiritualidad ignaciana, una tarea de recuperación y purificación que nunca termina.

En primer lugar, la visión llena de esperanza del documento nos recuerda la concepción de San Ignacio de la creación como la viña del Señor. La apertura del texto a retos y oportunidades nos recuerda la gran llamada de Jesús: la mies es mucha, pero los obreros pocos. Para los seguidores de San Ignacio, sabemos que Jesús es el Señor de la viña y nos llama a recoger la cosecha. Esta visión de la esperanza nos llama especialmente en situaciones en las que otros han abandonado la esperanza, como la política estadounidense.

En segundo lugar, el documento asume que podemos sentire cum Ecclesia, la lacónica frase de San Ignacio en los Ejercicios Espirituales para «pensar y sentir con la Iglesia». Nuestra pertenencia a la Iglesia como fieles bautizados significa algo para nuestra vida política.

San Ignacio creía de todo corazón en una Iglesia jerárquica, caracterizada por una «unidad de orden», en frase de Santo Tomás de Aquino. Si la Iglesia ha de ser realmente el cuerpo de Cristo, entonces cada miembro debe desempeñar su papel sinfónicamente con los demás.

Este puede ser un mensaje difícil para los católicos de hoy. ¿Cómo podemos actuar como Cuerpo de Cristo cuando estamos tan divididos internamente? Del mismo modo que el Santo Padre nos ha llamado a ver la Tierra como nuestra casa común, también debemos ver a la Iglesia como nuestra casa común, hacia la que debemos cultivar el amor y el deseo de servir.

En tercer lugar, la complementariedad entre fe y razón es un fundamento de la espiritualidad ignaciana tan fuerte que rara vez encuentra una articulación explícita. El discernimiento supone que nuestra fe es profundamente razonable, y que podemos dar razón de esperanza de ella. La sabiduría prometida por Proverbios y Salmos es precisamente la sabiduría que buscamos para conocer los caminos de Dios y su voluntad para con nosotros: sí, el camino del Señor es demasiado alto para nosotros, pero también se ha revelado en Cristo Jesús, su Hijo.

Muchos miembros de la familia ignaciana harían bien en esforzarse, en profundizar en la razonabilidad de la fe. ¿Cuáles son las anteojeras ideológicas que limitan nuestra comprensión de la realidad? ¿Dónde estamos apegados a falsos dogmas que sólo sirven para apuntalar el infructuoso statu quo?

Si estamos dispuestos a someter nuestros ídolos más queridos al escrutinio racional, la enseñanza de la Iglesia nos ayudará a vivir la armonía de la fe y la razón y, a su vez, nos ayudará a prepararnos para el Reino que ya habita entre nosotros.

En última instancia, se trata de ver la verdad como un don que recibimos de Dios y que compartimos con los demás. Como dice Ciudadanía Fiel: «La verdad es algo que recibimos, no algo que hacemos».

Por último, la orientación del documento podría compararse con las frases de arriba y en medio en el pensamiento de San Ignacio, tan fructíferamente exploradas por el gran historiador jesuita Hugo Rahner. Cuando reconocemos que recibimos todo lo bueno de lo alto, de arriba, llegamos a vernos no simplemente en un espacio neutro, sino entre el cielo y la tierra: en medio. No sólo somos pecadores, sino pecadores amados.

Se trata de una profunda tensión, incluso de una paradoja. Nuestra fe tiene profundas consecuencias sociales, pero nunca puede identificarse con un proyecto político. Además, aunque Dios nos da poder, siempre nos lo otorga no para seguir nuestra propia voluntad, sino la de Dios, y para la misión que Él nos ha encomendado de arriba. Esto significa, por supuesto, que debemos ser conscientes de los efectos del pecado en nosotros mismos y en los demás. Estar en medio, por tanto, significa abrazar una política que busca ennoblecer lo mejor de los seres humanos, estando atentos a lo peor. Ser esperanzadora sin ser ingenua, prudente sin ser maquiavélica y, por tanto, realista sin caer en el cinismo.

Responder al reto de la Ciudadanía Fiel

Tomarse en serio el reto de la Ciudadanía Fiel exige que hagamos balance de nuestras vidas como seres humanos, ciudadanos y cristianos. Sin embargo, esa reflexión no puede detenerse después de las elecciones de noviembre. Por eso, el documento nos llama a una de las virtudes favoritas de San Ignacio: la perseverancia.

Como ha sugerido el P. Bart Geger, SJ, para San Ignacio la perseverancia tiene un componente subjetivo y otro objetivo: tratar de purificar nuestras intenciones para servir a la mayor gloria de Dios, e identificar y cultivar nuestros dones que nos permiten hacerlo fructíferamente. Ambos esfuerzos se verán fortalecidos por nuestro mayor compromiso y comprensión de las dimensiones públicas del Evangelio, o la forma en que nuestra fe nos llama a actuar en la plaza pública. No sólo llegaremos a reconocer la posibilidad de alternativas a la división y el conflicto en nuestra vida común, sino que también empezaremos a ver nuestro servicio a los seres humanos como parte integrante de nuestro servicio a Dios. En última instancia, esperamos que nuestro autosacrificio hacia nuestros conciudadanos surja de nuestro gran suscipe a Dios: el acto de fe, esperanza y amor por el que reconocemos el profundo amor de Dios por nosotros y por el mundo, y esperamos participar en ese amor por la gracia de Dios.

El padre Bill McCormick, SJ, es escritor en Roma para La Civiltà Cattolica y colaborador de America.

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