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Historias

Por el P. Joseph Tetlow, SJ

Fr. Joe Tetlow, SJ
El P. Joseph Tetlow, SJ

La temporada litúrgica nos recuerda tener esperanza en una época donde puede ser difícil encontrarla en el mundo.

El Advenimiento de Cristo puede ser la mejor época del año para reflexionar sobre las consecuencias de la pandemia que estamos sufriendo, ya que esta temporada litúrgica nos recuerda mantener la esperanza en un momento donde puede ser difícil encontrarla. Mientras que el virus se propaga por todas partes, nada podría hacernos sentir más esperanzados que recordar que nuestro Creador y Señor ha descendido en nuestro cuerpo.

Él no ha venido como visitante, como Yahvé vino a visitar a Moisés en el Monte Sinaí; en ese caso, el Señor vino y el Señor se fue. Pero el Hijo de Dios ha venido para quedarse. Él es el equivalente del Padre y del Espíritu Santo, pero no pensó que debía aferrarse a la divinidad, sino que se despojó de sí mismo y asumió la condición de siervo. (Fil. 2:6) ¿Recuerdas? Dijo: «No he venido a que me sirvan, sino a servir» (Mateo 20:28).

Él aún lo hace: La Encarnación se convirtió en su condición permanente. En Dios, aún late un corazón humano y aún gobierna una mente humana. ¿Y entre nosotros? Bueno, San Pablo nos aseguró que todos los que fueron bautizados en Cristo se han vestido de Cristo (Gal. 3:27). Así como nosotros vivimos en las suaves brizas y el cálido sol de la primavera, vivimos en Él, quien prometió estar con nosotros todos los días (Mateo 28:20).

Mientras las familias están confinadas en sus casas y los ancianos se quedan solos en sus habitaciones, sin visitas frecuentes, necesitamos recordar: Siempre, Él estará con nosotros.

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Hay otra esperanza que necesitamos en el Advenimiento amenazado por la COVID-19. Esta pandemia nos ha forzado a recordar que no vamos a estar en este mundo como lo estamos ahora por mucho tiempo. La muerte se asoma en nuestras ciudades, en nuestra nación y en todo el mundo. Ninguno de nosotros puede esquivarla, aún si usamos el barbijo todo el día. No nos gusta pensar en la muerte – ya ni siquiera vamos a los velorios, y la gente a menudo entierra, no a sus seres queridos, sino a una pequeña caja pesada.

Todos los días vemos en los diarios o en la televisión el número de fallecidos en esta pandemia. Así que, debemos recordar nuestra esperanza. En primer lugar, recordemos que la Resurrección del Salvador no fue un evento histórico único que sucedió en un solo día. Es un evento recurrente que marca la segunda mitad de la historia de la humanidad. La primera mitad estuvo profundamente marcada por el pecado, y el pecado llevó a la muerte. El pueblo solo había aprendido la remota esperanza de que las almas de los justos están en las manos de Dios. (Sab. 3:1)

Advent is a time of hope.

La Resurrección de Jesús marcó el comienzo del fin del reinado de la muerte. Porque todos los que creen en Él y mantienen Su palabra ya viven en el Reino de Dios y esperan ansiosamente la gloria de Dios (Jn. 3:16). Cuando recordemos esa esperanza, tengamos en cuenta dos cosas:

Primero, aunque no tenemos aquí una ciudad eterna, tenemos en nuestra vida en Cristo la esperanza que viviremos, en cuerpo y alma, después de haber pasado por las puertas de la muerte.

Segundo, sabemos que no podemos elegir vivir para siempre, como tampoco podemos decirle al coronavirus que no nos moleste más. No. Nuestra esperanza está en el nombre del Señor. El Advenimiento conecta el comienzo en Cristo con el final en Cristo: Porque así es como Dios amó al mundo; dio su único Hijo para que todo el que crea en él no perezca, sino tenga vida eterna (Jn. 1:16) Nuestro fin es la vida eterna.

Eso nos lleva a otra razón por la que el Advenimiento es la temporada perfecta para reflexionar sobre este terrible coronavirus: El Advenimiento transcurre en noviembre cuando la Iglesia celebra Todos los Santos y Todas las Almas. En esas festividades, celebramos la exitosa vida de aquellos que han sido llamados por Dios. El momento es perfecto porque este virus nos fue enviado como un recordatorio de que la Encarnación y Resurrección no son eventos y hechos únicos en un cierto momento del pasado.

El Padre asignó un marco de vida a Jesús de Nazaret – y a la Virgen María y a José, Su padre. El Padre aún asigna un marco de vida a cada ser humano – incluso a mí y a ti. Esto es parte del misterio de la vida como nuestro Dios nos la ha dado. Así como Jesús nació, vivió y sufrió, también lo hacemos cada uno de nosotros. Podemos decir como San Pablo que en mi carne estoy completando lo que falta en la aflicciones de Cristo por el bien de su cuerpo, es decir, de la Iglesia (Col. 1:24).

Tenemos que ser honestos: Este asunto de la COVID-19 es un fastidio y sufrimiento. Pero quizás no parezca tan grave cuando lo ponemos en perspectiva. Nos levantaremos de nuevo, en nuestra propia carne, como nosotros mismos, llevando con nosotros para siempre el carácter cristiano que hemos desarrollado.

Cuando morimos, no nos llevamos nada, excepto el carácter que hemos cultivado. Haz un buen árbol y su fruto será bueno, es la forma en que Jesús lo expresó (Mateo 12:33). Las virtudes que hemos tenido – la fe y la esperanza, por supuesto, pero también la bondad, quizás la paciencia, el coraje y la compasión – serán parte de nuestro carácter que nos llevaremos al juicio final.

Por lo tanto, el Advenimiento es el momento perfecto – y el coronavirus la situación desafiante – para preguntarnos si somos un buen árbol que da buenos frutos. ¿O no?

Isaías dijo que el carácter humano del Redentor estaría marcado por la sabiduría, el entendimiento, el consejo, el coraje, la piedad, el conocimiento y el temor al Señor. Desde los primeros días, el Pueblo ha comprendido que estas virtudes son poderes que tenemos que invocar, autoridad que tenemos que manifestar y actuar en santidad. A cada uno de nosotros se nos dan estas virtudes cuando somos bautizados en la vida de Cristo.

San Pablo enumeró las virtudes que tienen aquellos que viven en el Espíritu, si se las practican: amor, alegría, paz, paciencia, bondad, amabilidad, confianza, mansedumbre y autocontrol.

El Advenimiento, entonces, este Advenimiento en particular bañado en un virus mortal del que nos tenemos que proteger, puede bendecir nuestra orden de quedarnos en casa con las virtudes, la más grande de las cuales es el amor – y el amor está siempre listo para dar, confiar, esperar y sobrellevar cualquier eventualidad (1 Cor. 13:7).

Esta es la mejor manera de enfrentar la COVID-19. El amor nunca termina, pero el coronavirus lo hará, para todos nosotros de una forma u otra.

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P. Joseph Tetlow, SJ, es escritor de espiritualidad ignaciana mundialmente reconocido y director espiritual. Trabajó como decano de la Universidad de Loyola en Nueva Orleans, asistente del superior general en Roma para la Espiritualidad Ignaciana y editor adjunto de América. También es el exdirector de la Casa de Retiro de los Jesuitas en Lake Dallas, Texas.