En busca del tesoro en el Camino Ignaciano

diciembre 16, 2024

Por Lan Chieu Nguyen

Subimos temprano al autobús para salir de Azpeitia, la ciudad natal de San Ignacio de Loyola, hacia Arantzazu, donde comenzaríamos la primera caminata larga (17 km) de nuestro Camino. Rebotando en sus asientos, mi sobrina y los demás jóvenes adultos de esta peregrinación tenían los ojos pegados a sus teléfonos móviles. Me hubiera gustado que detuvieran su Pokémon Go un momento, quizá para contemplar el paisaje que nos rodeaba: verdes colinas salpicadas de encantadoras casas con las contraventanas rojas típicas de la campiña vasca. Después de todo, habían recorrido miles de kilómetros para estar aquí, en el Camino Ignaciano.

El paisaje cambió al llegar a Nuestra Señora de Arantzazu, el santuario franciscano al pie de la sierra de Aizkorri. Bajo el cielo gris, la austera fachada modernista de la iglesia se cernía sobre nosotros como sacada de una película de ciencia ficción. El frío nos pilló desprevenidos. Los jóvenes estaban cautivados y nerviosos. Les preocupaba la larga caminata que les esperaba y se preguntaban si, después de todo, estaban bien preparados para este Camino.

Temblaba con mis pantalones capri de excursionista. El viento gélido soplaba en mis pantorrillas. El tiempo siempre fluctuante del País Vasco me recordaba que, por muy preparada que estuviera, cada viaje traía consigo lo inesperado, un recordatorio de que hay que dejar de lado la necesidad de tener todo bajo control. Entramos en la iglesia justo cuando empezaba a lloviznar.

Esta estatua de Nuestra Señora de Arantzazu, encontrada por un pastor vasco en un arbusto espinoso en el siglo XV, se encuentra en un santuario donde San Ignacio veló en su propia peregrinación.

Cuenta la leyenda que, en 1468, en este lugar, un joven pastor siguió el sonido de un cencerro y encontró una pequeña estatua de María en un arbusto espinoso. Exclamó: «¿Arantzan zu?» [«¿Tú, entre las espinas?»], dándole de ese modo nombre al santuario. Cincuenta años más tarde, de camino a Barcelona con el objetivo de llegar a Jerusalén, San Ignacio pasó aquí una noche en oración para fortalecer su decisión de peregrinar. En el interior de la iglesia, ahora mucho más majestuosa, nosotros también inclinamos la cabeza ante el altar y pedimos a la Virgen María que bendijera nuestros próximos viajes.

Este patrón se repetiría a lo largo del Camino. Nos detuvimos en varios santuarios que marcaban momentos significativos de la vida de San Ignacio o que veneraban a sus primeros compañeros. La alegre charla de los jóvenes adultos daba paso al asombro ante el lugar sagrado. Después de escuchar al P. José Iriberri, SJ, fundador del Camino Ignaciano y director de la Oficina del Camino Ignaciano en España, rezaron en silencio.

Me maravillé ante esta tierra sagrada de la que habían salido tantos pilares de la Iglesia a lo largo de los siglos. Respiré el aire, me empapé de la luz y agucé los oídos al susurrar del viento, esperando estar en comunión con estas almas santas y con los miles de peregrinos que habían pasado por aquí. Era mi segunda vez en el Camino Ignaciano, y quería experimentar el Camino más profundamente.

Mi sobrina pronto observó que la mayoría de los santuarios estaban dedicados a la Virgen María. El primero, el de Nuestra Señora de Olatz, donde San Ignacio iba a menudo a rezar, probablemente en secreto para evitar las habladurías de su pueblo natal. Después, Arantzazu, donde pasaba la noche en vela. En Montserrat, ante la estatua de la Virgen Negra con el Niño, Ignacio renunció a su espada y se vistió con ropas de mendigo. Finalmente, al llegar a Barcelona, el aspirante a santo pidió limosna en la escalinata de la iglesia de Santa María del Mar.

Los peregrinos se reunieron en la Cueva de San Ignacio en Manresa, donde vivió casi un año escribiendo los Ejercicios Espirituales.

Ignacio vivió esos días fiel a su oración para que María le ubicara junto a su hijo.

La abadía de Montserrat se construyó cerca de una cueva donde, en el siglo IX , un pastor encontró la antigua estatua de madera negra de la Virgen con el Niño. Probablemente fue escondida allí durante la ocupación árabe de la región. Me gusta creer que, a través de los sonidos de las campanas, la luz brillante y los cantos de las montañas, los ángeles habían guiado a los pastores hasta estos tesoros escondidos en el desierto. Siglos más tarde, los mismos tesoros servirían de guía a Ignacio de Loyola en su búsqueda del tesoro supremo: el sentido de su vida.

Mientras seguíamos los pasos de San Ignacio, miraba a nuestros jóvenes peregrinos y me preguntaba si serían conscientes de que ellos también estaban haciendo un viaje hacia su interior. ¿Qué tesoros encontrarían allí enterrados?

El grupo desciende hacia el pueblo de Manresa.

El Padre Hung Pham, SJ, tiene la tradición en sus peregrinaciones de que, durante la Misa diaria, en lugar de una homilía, los participantes se turnen para compartir los regalos que reciben en el camino. A través de estas gemas du jour, vislumbré los tesoros ocultos de nuestros peregrinos. Una peregrina contó que, después de que todos se marcharan de la iglesia de Nuestra Señora de Olatz, volvió sola a rezar el rosario. Allí encontró en su corazón el perdón para su madre y la esperanza de restablecer su tensa relación.

Otro peregrino, un hombre de unos 60 años, lloró desconsoladamente al contarnos que su mujer le recordaba en casa que rezara por sus hijos, mientras recorrían juntos el Camino. ¡Qué regalo para los tres caminar juntos en peregrinación!

No todos los regalos fueron agradables. En la ascensión al monte Montserrat, otra peregrina, una mujer fuerte y segura de sí misma, fue puesta a prueba tanto física como espiritualmente. Las curvas y revueltas del camino de montaña, a veces lleno de grava suelta, le exigían estar plenamente presente en cada paso. Presa del miedo y la frustración, se encontró a sí misma repitiéndose: «¡Señor, guíame!». Más tarde ella nos contó: “En esos momentos, mi única fuente de consuelo era la fe en que Dios me protegería y me ayudaría a completar la caminata. Me di cuenta de que no podía emprender esto sola… Pedir ayuda era exactamente lo que necesitaba hacer».

Los peregrinos a pie siguieron las huellas del fundador de los jesuitas en el Camino Ignaciano.

Cada día del Camino, anduvimos en silencio durante las dos primeras horas, meditando sobre un tema ignaciano. Luego marchábamos en parejas para compartir los frutos de nuestra reflexión. Estas conversaciones ordinarias dieron lugar a momentos extraordinarios de gracia. Una peregrina reconoció el estímulo por el que había estado rezando para continuar sus estudios de postgrado. Otra vio un indicio de una posible dirección para su carrera.

En la carretera, en la naturaleza y lejos de los ruidos de la vida moderna, uno parece encontrar lo que busca con más facilidad. Quizá Dios siempre quiera comunicarse; sólo tenemos que prestarle atención.

Antes de esta peregrinación, esperaba repetir el encuentro de mi primer Camino. Había deseado volver a sentir la presencia divina en el aire, la luz y el viento del País Vasco. Aunque los recuerdos volvieron con fuerza, lo que no esperaba encontrar eran los tesoros sagrados escondidos en lo más profundo de los corazones de mis compañeros peregrinos.

Lan Chieu Nguyen es coordinadora de peregrinaciones y retiros de la Oficina de Espiritualidad Ignaciana de la provincia. Entérese de las próximas oportunidades aquí.

Imagen destacada en la parte superior: Los peregrinos se preparan para la ascensión a Montserrat.

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