Por Jerry Duggan
Como presidente del High School Jesuita Arrupe de Denver, Michael O’Hagan está agradecido y continuamente transformado por la comunidad escolar que dirige.
El High School Jesuita Arrupe es miembro de la red de colegios Cristo Rey. Al igual que todos los colegios Cristo Rey, se compromete a atender a estudiantes de hogares socioeconómicamente desfavorecidos. Para poder pagar su matrícula, los alumnos de Cristo Rey se comprometen a un acuerdo de trabajo y estudio.
En sus 18 años de existencia, el High School Jesuita Arrupe ha desarrollado una reputación de formar líderes en las comunidades de Denver y del gran Colorado aceptando estudiantes con grandes necesidades financieras y, al graduarse, asegurando la aceptación en la universidad para el 100 por ciento de ellos.
«Nuestros estudiantes aquí en Arrupe están agradecidos por todo lo que se les ha dado – por una educación jesuita, por una preparatoria para la universidad, por una comunidad escolar cariñosa y por las oportunidades que les esperan al graduarse», dijo O’Hagan.
Director fundador de la escuela desde hace 18 años, O’Hagan se convirtió en su presidente en 2018. Aunque todavía se dedica a las vidas de los estudiantes, ahora pasa sus días trabajando con la comunidad externa, incluidos los benefactores, los socios de Corporate Work Study y los ex alumnos, para volver a involucrarlos con el High School Jesuita Arrupe.
Para O’Hagan, dirigir un colegio que tiene un sentido tan claro de su identidad es clave. Él conocía el poder de la educación, pero no siempre tuvo un sentido claro de lo que estaba llamado a hacer.
Graduado en el Regis High School de Nueva York, O’Hagan disfrutó mucho de su paso por la educación jesuita.
«La pequeña y unida comunidad de Regis me proporcionó notables oportunidades de aprendizaje», indicó. «También me enseñaron a ser un pensador crítico, a ver las cosas desde diferentes perspectivas y a preocuparme por los demás, todas ellas lecciones fundamentales que sigo utilizando hoy en día».
Asistió a la Universidad de Notre Dame, donde se licenció en Lengua y Literatura Inglesas. Al graduarse, todavía no estaba seguro de su trayectoria profesional y comenzó su viaje para encontrar su verdadera pasión.
Después de reunirse con un jesuita que se convirtió en mentor de O’Hagan, se le dio la oportunidad de trabajar en un Centro de Misiones de la Natividad en Nueva York durante una época que él califica como el período más formativo de su vida.
«Mientras trabajaba allí, empecé a tener la sensación de que, si me sumergía en mi trabajo, me volcaba en él y lo hacía bien, podría tener una oportunidad de efectuar algún cambio real en el mundo», explicó. «Durante esos cuatro años me quedó claro que trabajar con aquellos que tradicionalmente están desatendidos era donde encontraba la mayor satisfacción y la oportunidad de tener un mayor impacto».
O’Hagan continuó su trabajo con las escuelas de la Natividad, iniciando el programa en Boston y finalmente se dirigió a Denver, para enseñar en una escuela secundaria diocesana de la ciudad. Ahí mantuvo su compromiso con los jóvenes marginados, siempre con el objetivo de transmitir las lecciones que le inculcó su propia educación jesuita.
«Siempre que trabajas con jóvenes, especialmente con los de entornos desfavorecidos, tienes que abordar tu trabajo desde un lugar de compasión y comprensión», dijo. «Habrá desafíos, seguro, pero el potencial de crecimiento para todos los involucrados es tremendo».
Ha comprobado que eso es cierto en su trabajo al frente del High School Jesuita Arrupe.