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Historias

Reynaldo Belfort fue criado por su familia para tener una fe enérgica. Cuando llegó el momento en que tuvo que hacer suya esa fe arribó a un lugar inesperado: una vocación jesuita.

Aunque sus padres y gran parte de sus familiares provienen de Haití, Belfort nació en una devota familia católica en Santurce, San Juan, Puerto Rico.

«He faltado a la iglesia tal vez cinco veces en toda mi vida, y fue porque hubo un huracán o algo así”, bromea.

En su juventud fue monaguillo, se involucró en el servicio comunitario y se unió al coro. Todas estas cosas solidificaron su fe, pero todavía no se había apoderado personalmente de ella.

“Cuando era más joven, iba a misa y hacía todas estas otras cosas, pero lo hacía principalmente por tradición familiar”, explica. «A medida que fui creciendo y me volví más independiente, me di cuenta de que tenía que hacer mía mi vida de fe para poder experimentar algún crecimiento».

Belfort era un estudiante ejemplar y se inscribió en el campus de Bayamón de la Universidad Interamericana de Puerto Rico para estudiar ingeniería informática. Cuando gran parte de su familia emigró a los Estados Unidos, descubrió que comenzó a ganar independencia y madurez. Se trasladó al campus de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico para completar su licenciatura. Luego siguieron, en palabras de Belfort, «pequeños pasos» que lo llevaron a discernir una vocación jesuita.

Primero se unió a una organización de estudiantes católicos, principalmente para encontrar comunidad en su nueva escuela. El grupo se reunía para la misa los jueves por la noche, donde Belfort cantaba y tocaba la guitarra.

«En ese momento de mi vida, estaba prácticamente solo y no tenía tantos amigos», recuerda. «Sabía que para tener éxito en mi nueva escuela, necesitaba un sentido de comunidad, y pensé que unirme a un grupo católico me ayudaría con eso».

El segundo «paso» implicó que Belfort asistiera a debates que se centraban en cuestiones de fe con la organización estudiantil católica. En algunas oportunidades, las discusiones fueron dirigidas por el P. Luis Jiménez, un jesuita que resultó ser uno de los profesores de ingeniería de Belfort.

Hasta este encuentro casual, Belfort no sabía nada sobre los jesuitas.

“El padre Jiménez se puso a mi disposición como profesor, pero también era alguien con quien podía discutir mi fe”, señala. «Finalmente, me presentó la espiritualidad ignaciana y fue entonces cuando las cosas realmente despegaron».

Este tercer «paso» en el camino vocacional de Belfort resultó ser enorme. El Padre Jiménez se convirtió en su director espiritual y lo introdujo en los Ejercicios Espirituales, que extendió durante un año. La transformación a lo largo de aquellos meses fue gradual, pero poderosa.

“Al principio, estaba emocionado con esta nueva forma de encontrarme con Dios”, explica. “Una vez que Dios comenzó a mostrarse, me convencí de que debía seguir su llamado como jesuita. Pasé de ‘ni pensar en una vocación’ a declarar: ‘¿Dónde me apunto?’”.

Belfort obtuvo su título de ingeniero en febrero de 2018 en medio de su proceso de solicitud a los jesuitas. Entró en el noviciado ese otoño y desde entonces solo se ha enamorado más profundamente de su vocación.

“El noviciado fue todo lo que esperaba, y aún más”, sostiene.

Le gustaban especialmente los «experimentos» de los novicios  o las experiencias de servicio. A través de ellos, Belfort pudo ver a Jesús obrando.

“Cada experimento es una situación diferente, pero pude ver a Jesús revelado en todas las personas a las que serví”, afirma. “Esto me dejó en claro que Jesús no es alguien a quien rezamos de una manera distante, sino que es un amigo íntimo y siempre presente”.

En agosto pasado, Belfort profesó sus primeros votos y actualmente está estudiando filosofía en la Universidad de Saint Louis, que es parte de la siguiente etapa en su proceso de formación.

Para su ministerio a Belfort le gustaría trabajar en temas de justicia racial, en el ministerio de la música o en una nueva pasión: el trabajo de escritura y de comunicación. Tiene la esperanza de que todos estos intereses puedan emparentarse en el contexto de su vocación jesuita.

Aunque no sabemos lo que le depare su próximo paso, una cosa es cierta: Belfort ha hecho suya su fe, y así es como él quiere que sea.

“Saber que he elegido este camino no porque alguien me hizo así, sino porque deseaba esta vida me da mucha paz”, finaliza.