Por William Bole
Proporcionarles educación a los refugiados es un reto, ya que niños y adultos escapan de la violencia y los disturbios en sus países de origen. Sin embargo, también es la mejor manera de ayudarlos a empezar de nuevo con la esperanza de un futuro mejor. La pandemia del coronavirus ha hecho que la tarea sea aún más difícil, especialmente en áreas remotas como las montañas del centro de Afganistán, donde muchos han buscado refugio de los conflictos armados del país.
Ingrese a los jesuitas.
El Servicio Jesuita a Refugiados (JRS por sus siglas en inglés) está buscando maneras de mantener el aprendizaje en medio del confinamiento – a menudo en lugares sin Internet fiable o incluso sin electricidad estable. En las sierras de Afganistán, por ejemplo, la agencia internacional está emitiendo lecciones diarias para los niños refugiados. Los maestros procuran que las lecciones sean interactivas y reservan tiempo para que los niños los llamen con preguntas por sus celulares.
Llevar la educación jesuita a las personas desplazadas por la fuerza es una de las formas en que el organismo, con sede en Roma, está restableciendo su misión mundial en los momentos más preocupantes desde su creación hace cuarenta años.
«No creo que el P. Arrupe se haya imaginado que estaríamos aquí cuatro décadas después», dice el P. Tom Smolich, SJ, director internacional del JRS. Se refería al P. Pedro Arrupe, SJ, el amado Superior General jesuita que desempeñaba ese papel cuando los refugiados comenzaron a huir de Vietnam en balsas y botes destartalados en 1979. La difícil situación de los vietnamitas llevó al P. Arrupe a solicitar ayuda humanitaria mundial por parte de los jesuitas y organizaciones jesuitas. De esa campaña surgió la fundación del JRS en noviembre de 1980.
Poco después sucedió otra crisis – la hambruna de Etiopía, que desencadenó otra ayuda humanitaria por medio de la agencia jesuita. Estas eran crisis inusuales en aquel momento y muchos pensaron que las emergencias pasarían (como también la necesidad de campañas a gran escala). «Pero aquí estamos», dice el P. Smolich, «todavía mostramos la cara de Jesús en este momento en el que cada vez hay más personas obligadas a abandonar sus hogares».
De hecho, las Naciones Unidas informa que había 79,5 millones de personas forzadas a dejar sus hogares a fines del 2019. Ese número ha aumentado en las décadas posteriores a la llegada de los vietnamitas, en gran parte debido a los conflictos en lugares que van desde Siria hasta el sur de Sudán. Lo que también es alarmante es que esas personas están viviendo períodos de refugio mucho más largos porque los conflictos continúan.
Son menos los que pueden regresar a sus hogares o pueden encontrar oportunidades de reasentamiento permanente.
«El principal cambio en el mundo de los refugiados es que los conflictos subyacentes que causan la emigración de la gente no se resuelven y la duración del exilio se prolonga (ahora un promedio de 17 años)», dice el P. Michael Gallagher, SJ, miembro del la Provincia Central y Meridional de Estados Unidos y director internacional adjunto del Servicio Jesuita a Refugiados. Trabaja en JRS desde hace dos décadas.
El padre Gallagher comenzó a trabajar con refugiados en 1991 cuando la crisis en Haití estaba en su momento más crítico, y ayudó a los haitianos en Miami. Luego, fue a El Paso, Texas, en 1994 donde trabajó como abogado y se ocupó de los casos de los solicitantes de asilo. «Me encantó trabajar con refugiados. Son los clientes más interesados y agradecidos que he tenido. ¡Incluso me agradecían sinceramente cuando perdíamos un caso!», dijo. «Pensé que ese era mi lugar y la provincia estuvo de acuerdo».
Fue a Oxford para hacer una maestría en migración forzada y luego, fue contratado por el JRS de África del Sur como funcionario de políticas. Llegó a ser director del país en Zambia, y luego, oficial activista regional en Johannesburgo, Sudáfrica. Después trabajó durante diez años como representante del JRS ante las Naciones Unidas en Ginebra, Suiza.
«Cuando comencé el trabajo internacional con los refugiados, había resoluciones para diferentes situaciones. Ahora ese no es el caso», dice. «Los trabajadores humanitarios no eran el blanco de secuestros y asesinatos como lo son ahora en muchas partes del mundo. También, el número de refugiados es mayor que desde la Segunda Guerra Mundial. Generalmente, se alojan en los países menos desarrollados del mundo donde se los excluyen de plena participación en la sociedad. Durante todo el tiempo que he trabajado con refugiados a nivel internacional sigue siendo cierto que están malnutridos, sin educación y desempleados».
A este respecto, el JRS tiene un largo camino por recorrer. Proporciona ayuda a corto plazo como alimentos y dinero en efectivo cuando la situación lo requiere, y la lista de emergencia se ha extendido a incluir jabón y desinfectante de manos durante estos tiempos de coronavirus. Al mismo tiempo, la agencia ha moldeado su labor con el conocimiento de que los desplazados están pasando años, incluso décadas, alejados de sus hogares. Necesitan lo que los jesuitas llaman «acompañamiento».
«Los acompañamos», dice el P. Smolich, miembro de la Provincia del Oeste Jesuita. «Los educamos. Los ayudamos a que alcen sus voces para que puedan contar sus propias historias. Obtienen lo que necesitan para seguir adelante. Eso es lo que hace el ministerio jesuita. Ayuda a la gente a realizar sus sueños y lo que Dios quiere para ellos». Agrega, «Los escuchamos porque a menudo hay mucho trauma».
El trabajo se explica más detalladamente en la declaración de objetivos fundamentales: «Inspirados en el amor generoso y ejemplo de Jesucristo, el JRS se compromete a acompañar, servir y defender la causa de las personas desplazadas por la fuerza, para que puedan sanar, aprender y determinar su propio futuro».
«Les proporcionamos una manera de mantenerse a sí mismos y a sus familias, y eso es a través de la educación», dijo el P. Gallagher. «La educación hacia el sustento, destrezas laborales – un camino de salida».
En relación con este año de aniversario, el JRS ha establecido cuatro prioridades y objetivos básicos. Ellos son:
Reconciliación
Diversos equipos de trabajadores del JRS les enseñan a niños y otros de culturas diferentes cómo vivir juntos y respetarse mutuamente. Por ejemplo, en regiones devastadas por la violencia religiosa y étnica, los estudiantes cristianos y musulmanes se han sentado juntos en las aulas del JRS. Han aprendido no solo lo básico, sino también lecciones de un currículum de estudios sobre la paz que enseña sobre cultura, diálogo y entendimiento mutuo. El objetivo es fomentar «relaciones adecuadas», no solo entre las personas desplazadas por la fuerza sino también entre ellos y sus comunidades anfitrionas.
Salud mental y apoyo psicosocial
La violencia y el caos, junto con los años de desarraigo, pueden tener un costo psicológico y físico. Por esta razón, los trabajadores del JRS ofrecen una variedad de servicios comunitarios para mejorar el bienestar psicológico.
«Toda la ayuda del mundo no será suficiente para ayudar a un niño con su trauma», dice Joan Rosenhauer, directora ejecutiva del Servicio Jesuita a Refugiados/EE.UU., y explica por qué este apoyo ha surgido recientemente como una prioridad. «Si los niños tienen problemas de salud mental, aprender buenos datos científicos no les va a ayudar mucho».
Incluso en los campos de refugiados, hay personas marginadas: aquellos con una discapacidad física o enfermedad mental, o aquellos que han sido abusados. «Estamos ayudando a la gente que recibe menos ayuda», dice el P. Gallagher.
Educación y sustento
El JRS está adaptando la educación jesuita a la realidad de los refugiados. La idea es alimentar la esperanza y ayudar a los estudiantes a desarrollar destrezas laborales (como maestros, trabajadores de la salud, empresarios y otros roles como codificadores en la economía global).
El verano pasado, las escuelas del JRS en Beirut fueron las primeras en ser aprobadas por el gobierno para reabrir sus puertas después del confinamiento – un tributo a la alta estima que tiene la educación jesuita allí y en otros lugares. Durante la crisis sanitaria mundial, el JRS ha implementado una serie de opciones. Estas incluyen aulas al aire libre, lecciones transmitidas por la radio del campamento de refugiados, y múltiples canales para el aprendizaje en línea. A veces, los instructores entregan personalmente los materiales del curso en los departamentos urbanos de una sola habitación de familias refugiadas y enseñan con el uso de celulares.
Defensa de los derechos
El JRS promueve las políticas, prácticas y legislaciones que ofrecen protección a los refugiados – inspirados especialmente en la pasión del Papa Francisco por esta causa. «Continuamos elevando la importancia de los derechos establecidos bajo las leyes de Estados Unidos e internacionales, incluso los derechos de los solicitantes de asilo», dice Rosenhauer del JRS/EE.UU. refiriéndose a las políticas de Estados Unidos de los últimos años que han impedido gravemente el proceso de asilo y reasentamiento de los refugiados. «Ahora es más complicado durante la pandemia ya que las fronteras de todo el mundo están cerradas. Pero incluso en una pandemia, hay que encontrar la manera de ayudar a la gente en situaciones difíciles. No se los debería enviar de vuelta a situaciones que amenazan sus vidas».
El JRS ahora trabaja en cincuenta y seis países, atendiendo a casi 800.000 refugiados que han huido de sus países y aquellos que han sido desplazados por la fuerza. Como dice el P. Smolich, tienen historias que contar.
Tenemos a Patience Mhlanga, quien tenía 11 años cuando su familia tuvo que huir de Zimbabue después de que su padre fuera denunciado a las autoridades por haber votado a un partido político de la oposición. Finalmente, se instalaron en un campamento de refugiados en Zambia donde Mhlanga pudo comenzar su educación en un aula del JRS. Después de cinco años difíciles, la familia fue reasentada en Bridgeport, Connecticut. Mhlanga asistió a la Universidad de Fairfield, una institución jesuita. Luego se graduó de Duke University con un título en teología antes de volver a Zambia como voluntaria del Cuerpo de Paz.
Ahora está haciendo una maestría en salud pública en la Universidad George Washington, en Washington, D. C.
«Como mujer católica y educada por los jesuitas, espero retribuirle a la sociedad y recordarme siempre que Dios me ha dado una vocación enorme en este mundo», escribió. «Espero usar mi educación para ayudar a otros a florecer».
«Los refugiados son un signo de esperanza para mí», dice el P. Gallagher. «Generalmente, permanecen llenos de esperanza por ellos mismos y por sus familias, seguros de que Dios los cuida, y encuentran a Dios en situaciones donde yo no podría hacerlo».
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William Bole es un periodista que con frecuencia escribe sobre los jesuitas.
Lea cómo el JRS impactó a dos miembros de la Provincia Central y Meridional Jesuita de EE.UU.: