Una peregrinación por el sur: Lo que los mártires me enseñaron

diciembre 24, 2020

Por Ángel Flores-Fontánez

Un mural en honor a los mártires del Movimiento por los Derechos Civiles. De izquierda a derecha: Jonathan Daniels, Viola Liuzzo, Martin Luther King Jr., James Reeb, y Jimmy Lee Jackson. Museo Nacional del Derecho al Voto. Selma, Alabama. Foto de Joshua Peters, SJ

Todavía recuerdo el día que obtuve mi primera biblia.

Una noche, mi madre, una mujer puertorriqueña de color, nos reunió a mis hermanos y a mí en una de las habitaciones de nuestra casa en Cañaboncito. «Tengo algo que mostrarles», dijo ella con voz seria y suave. Con nuestra debida atención, ella continuó, «Este es el libro más importante de mi vida», y nos entregó a cada uno de nosotros un tomo de la biblia «latinoamericana».

Mientras hojeaba las páginas con nosotros, se detuvo por un momento para explicarnos una de las fotos que esta biblia católica tenía. La foto ilustraba a un hombre de color que llevaba puesto un traje y tenía una mirada optimista y profunda. «Este es Martin Luther King», dijo ella. «Aunque era baptista, lo que hizo fue tan importante que su foto aparece en una biblia católica, como ejemplo de lo que nosotros los cristianos debemos hacer». Nos explicó lo que él logró durante el boicot de autobuses en Montgomery junto a su comunidad, y nos pidió a mi hermano y a mí que siempre respetáramos la palabra de Dios. Creo que yo tenía siete años.

Un tiempo después, miré con mi padre, un hombre de tez clara, un documental sobre las luchas y logros del Movimiento por los Derechos Civiles de los afroamericanos. Todo esto me impactó. Una década después, mientras discernía mi vocación durante mis estudios en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras en el 2008, fueron las palabras de King de su último discurso en la noche en la que lo mataron las que me dieron paz cuando pensaba que Dios me llamaba al sacerdocio:

«Nos enfrentaremos con días difíciles. Pero ahora eso no me importa… Como todos, quisiera vivir una vida larga… Pero ahora eso no me preocupa. Solo quiero hacer la voluntad de Dios. Y él me ha permitido subir la montaña y he mirado desde la cima. Y he visto la tierra prometida. Puede que no llegue allí con ustedes. Pero quiero que esta noche sepan que nosotros, como pueblo, llegaremos a la tierra prometida. Y me siento feliz esta noche. No me preocupa nada. No le tengo miedo a nadie. Mis ojos han visto la gloria de la llegada del Señor».

Nunca hubiera pensado hace doce años atrás, mientras daba esos primeros pasos de mi discernimiento vocacional, que alguna vez tendría la oportunidad de participar en una «Peregrinación de los Derechos Civiles». Pero desde el primero al siete de enero de este año, eso fue lo único que hice. La peregrinación me dio la oportunidad de seguir de cerca los pasos de este hombre, cuyo ejemplo ha sido tan importante en mi seguimiento de Jesús. Junto a mis hermanos de la Sociedad Antirracista Jesuita (JARS por sus siglas en inglés), rezamos en importantes sitios históricos de Nueva Orleans, Mobile, Selma, Montgomery, Birmingham y Atlanta, donde King y mucho otros mártires de los derechos civiles derramaron su sangre por la continua lucha por la justicia racial.

Caminar por las calles de Selma y Montgomery en Alabama, como King y muchos otros mártires lo hicieron, fue una de las experiencias más místicas que he tenido. En Selma, aprendí tres lecciones de los mártires de los derechos civiles.

Los peregrinos frente al puente Edmund Pettus, famoso por las marchas por los derechos al voto de 1965. De izquierda a derecha: los jesuitas Mike Price, Emanuel Arenas, Joshua Peters, Patrick Hyland, Ángel Flores Fontánez y el Padre Joseph Brown. El Padre Brown fue guía y mentor durante la peregrinación de los derechos civiles. Selma, Alabama. Foto de Joshua Peters, SJ

Lecciones de los mártires 

La primera lección que aprendí fue de Jimmie Lee Jackson, veterano y diácono baptista. En febrero de 1965, un policía estatal lo mató de un disparo. Su muerte sirvió de inspiración para realizar marchas que se llevaron a cabo ese mismo año desde Selma a Montgomery para garantizar el derecho a votar de los afroamericanos. De él aprendí que ningún sacrificio por la justica carece de recompensa, y que el trabajo de construir el reino que Dios en la tierra solo puede realizarse con la colaboración de todos los cristianos. Nosotros, los católicos, no tenemos el monopolio de la verdad y la justicia. Lo atestigua el testimonio fiel de tantos ministros evangelistas durante la lucha por los derechos civiles.

Viola Liuzzo me enseñó la segunda lección. Viola era una mujer blanca y madre de cinco hijos. La mató un miembro del Ku Klux Klan por colaborar con la coordinación de las marchas y por llevar a los manifestantes de vuelta a Selma una vez que terminaron las manifestaciones. Ella me enseñó que no tengo que pertenecer a un grupo oprimido para demostrar mi solidaridad con ellos.

El amor se mide más con los hechos que con las palabras. El testimonio de amor de Viola me mostró que cualquier declaración que afirme que los racistas blancos de esta época eran simplemente «hijos de tu tiempo» es una excusa para evitar la responsabilidad.

Viola eligió no ser cómplice de los prejuicios y actitudes racistas de su comunidad blanca. Escuchó las voces discriminatorias de su época y no se dejó llevar por lo que la especialista en política Mary Hawkesworth denomina «ceguera contra la información»: un rechazo a preguntar y conocer lo que es verdadero e inconveniente, una negativa a conocer lo que nos hace sentir moralmente incómodos, porque indicaría que podríamos pertenecer a un grupo social que se beneficia de la explotación de otro.

Ahora podemos hacer lo mismo que hizo Viola en ese entonces. Podemos elegir una vida sin los privilegios que la raza, el género o la orientación sexual le da a algunos de nosotros pero oprime a tantos otros.

La tercera lección fue de Jonathan Daniels, un seminarista episcopaliano. Un diputado del condado lo asesinó con una escopeta mientras defendía a Ruby Shields, una activista afroamericana. Su ejemplo me enseñó que no tengo que esperar hasta convertirme en sacerdote para hacer lo correcto. Nada me garantiza que tendré más de lo que tengo hoy para imitar a Cristo. Por lo tanto, debo pelear por la justicia como si no hubiera un mañana.

Luego de pasar tiempo en Selma, fuimos a Montgomery donde visitamos el Monumento Nacional de la Paz y la Justicia de la Iniciativa por la Igualdad de Justicia. Este edificio sombrío es popularmente conocido como el «monumento del linchamiento». La frase «nosotros recordamos» está estampada en las paredes de este monumento en honor a los hombres y mujeres de color que fueron linchados. Como estudiante de historia, escuché la propia voz de Dios llamándome para que le recuerde al mundo de la historia que hoy nos hace quiénes somos y cómo somos.

Las víctimas del «demonio» del linchamiento me enseñaron que la desigualdad racial que nos divide hoy en cuanto a vivienda, atención médica, educación y oportunidades no fueron hechas por Dios. No son naturales. Son como cualquier ídolo, «son nuestra obra» (Isaías 2:8), al igual que el racismo contra las personas de color que asesinó a los linchados. Dejar que esas injusticias continúen es un acto de idolatría, es elegir «nuestro camino» en vez del camino de Dios: «Todos los que creían estaban juntos y tenían cosas en común; vendían sus propiedades y posesiones, y las dividían entre ellos de acuerdo a las necesidades de cada uno» (Hechos 2:44-45). Los cientos de ataúdes en este monumento levantan la voz hacia el cielo como un llanto contra el pecado del racismo, en el cual algunos de nosotros seguimos cayendo tan a menudo al idolatrar el status quo.

El jesuita novicio Mike Price camina a través de los simbólicos ataúdes del linchamiento en el Monumento Nacional de Paz y Justicia. Montgomery, Alabama. Foto de Ángel Flores Fontánez, SJ

Nuestra peregrinación terminó en Atlanta, la ciudad natal de King. Mientras recorríamos la casa de su infancia, observé que había vivido en condiciones relativamente mejores a las de un afroamericano típico de Atlanta durante los años 1930. Su casa era grande, tenía muebles de alta calidad y el vecindario era tranquilo. Pero él no se conformó. Martin y su esposa, Coretta Scott King, podrían haber tenido una vida de clase media tranquila si lo hubieran querido. Pero no fue así. Se tomaron en serio las palabras de Frederick Douglas: «Si no hay lucha, no hay progreso». De ellos aprendí a ser fiel a la Cruz y no elegir el camino fácil, sino el camino correcto.

El racismo continua 

Sabemos que el racismo contra los afroamericanos no solo continúa hoy en día, sino que ha empeorado. El Instituto Jesuita de Investigación Social (JSRI por sus siglas en inglés) señala en su informe JustSouth Index del 2018 que, en los estados como Alabama, Florida, Luisiana, Misisipi y Texas, el porcentaje de estudiantes de color que asisten a «escuelas intensamente segregadas» (escuelas en las que el 90% y 100% de los estudiantes es de color) ha crecido de un 32.1% en 1988 a más de un 40% en 2016. Los hombres de color ganan un 22% menos en relación con «los salarios promedios por hora de hombres blancos con la misma educación, experiencia, estatus metropolitano y región o residencia».

La disparidad entre las mujeres blancas y de color es aún más marcada, ya que las mujeres de color ganan un 34.2% menos que sus compañeras blancas con similar experiencia.

Sorprendentemente, JSRI informa que algunos estudios indican que «un hombre blanco con antecedentes criminales tiene más exito en encontrar trabajo que un hombre de color sin ningún antecedente criminal, considerando que otras variables importantes como educación y experiencia son iguales». (Lea el informe en www.loyno.edu/JSRI)

Entre las soluciones propuestas se encuentra la implementación de políticas que le den prioridad a la integración intencional de escuelas, la aplicación de leyes de discriminación laboral vigentes, las investigaciones por parte del estado y la prensa para denunciar las violaciones contra los sueldos y horas de trabajo, y la creación de un acceso equitativo a la educación pública de calidad para niños de grupos minoritarios. Pero ninguna de estas soluciones aparecerá por arte de magia. De los mártires aprendí que Dios nos ha elegido para intervenir en este mundo. Por lo tanto, sin nuestra colaboración con la gracia de Dios, la sociedad no mejorará.

A medida que el coronavirus se propaga por Estados Unidos, los estudios ya muestran que los afroamericanos se encuentran entre los más afectados por esta enfermedad. Esto está vinculado con la prolongada exclusión de los servicios de asistencia médica de calidad que los afroamericanos han sufrido a lo largo de los siglos, no solamente en el sur, sino también en todo el país. En Milwaukee, solo un 39% de la población es afroamericana, pero casi la mitad de los casos confirmados de COVID-19 se han registrado en la comunidad afroamericana a principios de abril. Las autoridades han declarado el racismo como un problema de salud pública.

Debemos tomarnos en serio las lecciones que nos dejaron los mártires. Debemos pedirle al Espíritu Santo que nos conceda la misma urgencia moral que ellos recibieron. En especial, debemos tomar en serio las palabras del Maestro: «Tengo sed» (Juan 19:28). ¿A través de quién nos grita hoy estas palabras? No desperdiciemos esta cuarentena. Amemos infinitamente y no tengamos miedo (Juan 13:1). Sumerjámonos en la oración, estudio y acción. Por la gracia de Dios, como King y los otros mártires, «presenciemos la gloria de la llegada del Señor» y nunca miremos hacia atrás.

El autor en la tumba de sus dos modelos cristianos a seguir: Coretta Scott King y Martin Luther King, Jr. en Atlanta, Georgia. Foto de Emanuel Arenas, SJ

Este artículo se publicó primero en The Jesuit Post, «una plataforma informativa en línea que ofrece una perspectiva católica jesuita del mundo contemporáneo». Para publicaciones diarias escritas por los jesuitas en formación, visite www.theJesuitPost.org 

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