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Historias

Por Jean Francky Guerrier, SJ

Y enjugará toda lágrima de sus ojos.
Y no habrá ya muerte ni habrá llanto; ni gritos ni fatigas
porque el mundo viejo ha pasado. (Apocalipsis 21:4).

Haití está luchando. Conocida en su día como la «Perla de las Antillas», la nación caribeña se ha visto afectada por todo tipo de desastres políticos y naturales en los últimos tiempos. Sólo este año, el primero se puso de manifiesto con el asesinato del presidente, Jovenel Moise, el 7 de julio; el segundo se manifestó con el terremoto de magnitud 7,2 del 14 de agosto, que mató a miles de personas.

El terremoto del 14 de agosto de 2021 causó daños generalizados en las estructuras en la parte suroeste de Haití.
El terremoto del 14 de agosto de 2021 causó daños generalizados en las estructuras en la parte suroeste de Haití.

Claro que un terremoto de casi la misma magnitud (7,0) sacudió la parte occidental del país el 12 de enero de 2010, con epicentro en la capital, Puerto Príncipe. Yo estaba en Haití cuando ese terrible terremoto mató a más de 300.000 personas, incluidos muchos fieles y sacerdotes católicos. La catedral de Puerto Príncipe quedó destruida y el arzobispo de Puerto Príncipe, su Eminencia Joseph Serge Miot, murió. El seminario diocesano de Puerto Príncipe fue devastado, matando e hiriendo a los seminaristas. El palacio nacional quedó destruido, y las escuelas, hospitales y centros comerciales sufrieron daños.

Recuerdo este terrible acontecimiento como si fuera ayer. Yo era un novicio jesuita de primer año, en medio de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola con mis compañeros jesuitas y algunos otros religiosos.

Me estaba preparando para un gran viaje espiritual y tomando conciencia del amor verdadero e incondicional de Dios por mí. Estaba disfrutando de la comprensión de que fui creado para alabar y adorar a Dios y así salvar mi alma. Era una alegría darme cuenta de que mi vida es sagrada porque Dios me creó para dar reverencia a su divina majestad.

Estaba experimentando esta alegría y sumergiéndome en la dicha espiritual… mientras unos 300.000 hijos e hijas de Dios, mis hermanos y hermanas, morían a causa de un terremoto devastador. Era difícil siquiera empezar a comprenderlo.

Más de 10 años después, Haití sigue de luto y reconstruyendo lo que fue destruido por el terremoto de 2010, sólo para ser golpeado una vez más este año por otro sismo devastador.

La resiliencia haitiana y el reto de hacer más

Al igual que en 2010, me ha reconfortado profundamente ver el mismo espíritu de solidaridad entre los haitianos que quieren salvar vidas y la comunidad internacional que ha llegado a toda prisa para ayudarnos. Han venido personas de todo el mundo para ayudar a una nación en apuros.

Me ha complacido ver a los haitianos haciendo todo lo posible para ayudar a la gente a salir de entre los escombros, a muchos compartiendo agua y alimentos, y a otros donando sangre para salvar vidas. En medio del desastre, estas hermosas imágenes me han dado mucha alegría. Me han permitido tener esperanza a pesar de la destrucción.

Sin embargo, los desafíos persisten. Algunos errores se repiten una y otra vez.

¿Por qué tiene que producirse una gran catástrofe para demostrar nuestra solidaridad o acudir al rescate de forma precipitada? El terremoto del 14 de agosto no es la única catástrofe que debería unirnos para ayudar a Haití. El país lleva años en estado de desastre.

Haití es un país devastado, abandonado y arrodillado.

Durante años, el pueblo de Haití ha sido víctima de la inseguridad social. Las bandas gobiernan el país, mostrando abiertamente sus municiones en las redes sociales. Demuestran su poder a través de los secuestros. Todos los sectores de la sociedad haitiana son víctimas de esta lacra, incluidos los religiosos, los sacerdotes, los médicos, los periodistas, incluso los pobres que tienen tan poco.

Nadie se salva y nadie puede detener a las bandas.

Los que fueron elegidos para restablecer el orden y la estabilidad en el país han demostrado su incapacidad ante esta situación. Parece que sólo les preocupa mantener su poder político.

Las imágenes del terremoto de agosto son desgarradoras. La gente se amontonaba, muerta y herida, bajo los escombros. Estas imágenes aterradoras me hacen recordar la noche del 12 de enero de 2010, cuando mis compañeros jesuitas y yo recorrimos las calles de Puerto Príncipe para salvar vidas y atender a los heridos.

El mismo tipo de solidaridad y desinterés es necesario ahora para que el pueblo haitiano pueda construir un nuevo país, con estructuras e infraestructuras sólidas que puedan soportar grandes daños en caso de desastres naturales. Estas catástrofes son inevitables. Lo único que podemos hacer es estar preparados para ellas.

En palabras del Superior General de los jesuitas, Arturo Sosa, «algunos problemas no tienen solución, pero debemos aprender a no dejarnos aplastar por ellos. Ninguna situación es exactamente igual si aprendemos de lo vivido» (Caminando con Ignacio, p. 180).

Los haitianos tenemos una capacidad de recuperación que nos permite elevarnos por encima del caos. Sin embargo, esta capacidad no debe impedir que nos preparemos adecuadamente para evitar lo peor cuando se produzcan desastres naturales. Esto requiere una visión común que nos permita vislumbrar un nuevo futuro para el país, uno de esperanza y no de desesperación. Esta visión común incluye la identificación de proyectos rentables para el país y la búsqueda de consenso a pesar de las diferencias de opinión.

Los haitianos debemos poner en práctica nuestra máxima: «L’union fait la force» (La unión hace la fuerza) y dejar de lado las divisiones para que Haití pueda levantarse.

Muchos imaginan un nuevo comienzo para Haití, una nueva creación en la que todos los sectores de la sociedad se unan para reconstruir las instituciones destrozadas por el terremoto. Sería una especie de «post apocalipsis»: después de la destrucción y la muerte, hay esperanza de una nueva creación, un nuevo comienzo.

Existe la esperanza de que podamos poner fin a los eternos odios y conflictos políticos, de combinar las fuerzas del bien contra las fuerzas del mal que han impedido el desarrollo del país.

Esta nueva creación requiere una nueva visión de Haití como una sociedad vibrante, independiente, responsable y autosuficiente, basada en el bien común y que incluya estrategias de educación, salud, seguridad y vivienda.

Entendemos que la razón del dolor de Haití no son sólo las catástrofes naturales como los terremotos, sino la sucesión de calamidades políticas y socioeconómicas que han empobrecido al país y aumentado la vulnerabilidad social de la población durante varias décadas.

Los haitianos necesitamos una percepción común de que las cosas no serán como en el pasado. Haití debe poner fin a esta era y comenzar una nueva. El último terremoto puede ser un trauma compartido que obligue al pueblo haitiano a repensar el futuro de forma diferente. Puede ser una oportunidad para volver a poner a Haití en la senda del desarrollo.

La misión de los jesuitas en Haití

Los jesuitas en Haití participan activamente en este precioso proyecto sentando unas bases sólidas para el futuro de Haití. Aunque actualmente están respondiendo a la emergencia causada por el terremoto de agosto, centran gran parte de su trabajo en planes de desarrollo sostenible. Están trabajando en proyectos como la construcción de casas que puedan soportar desastres naturales como huracanes y terremotos.

Varios de los jesuitas en Haití trabajan en la Université Notre-Dame d’Haïti (UNDH), centro de estudios católico, incluido el P. Jean Mary Louis, SJ, que ejerce de presidente. También dirigen la Facultad de Ciencias Económicas, Sociales y Políticas de la UNDH.

Los jesuitas participan en la formación integral de la persona humana a través de las diferentes escuelas «Fe y Alegría», que proporcionan una educación a los miembros más pobres de la sociedad. Son sensibles a la protección de la dignidad humana y acompañan a los migrantes y refugiados a través del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM).

Los jesuitas en el país ofrecen formación y educación a los habitantes de las comunidades rurales, al tiempo que les ayudan a crear redes y a trabajar en colaboración. Además, acompañan a los fieles católicos a través de las parroquias jesuitas de Ouanaminthe y Jérémie (uno de los lugares devastados por el terremoto del 14 de agosto).

Asimismo, los jesuitas ofrecen los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola a través del centro de espiritualidad que dirigen en Puerto Príncipe-Tabarre. Creemos que los Ejercicios Espirituales pueden transformar a toda la persona humana, y esto es vital para influir en importantes sectores de la sociedad para un futuro mejor.

Los jesuitas en Haití están empoderando a la gente para que pueda tener fe en el destino del país, una fe que se ha debilitado significativamente en los últimos años. A través de nuestros ministerios, estamos creando nuevas formas de vivir juntos, comprometiendo energías que han sido restringidas durante mucho tiempo. Se trata, en definitiva, de promover la idea de una revolución cultural haitiana efectiva: creer en uno mismo y en un futuro compartido.

Sencillamente, creemos que, ayudando a las personas más vulnerables de Haití, contribuimos a crear esperanza para el futuro.

¿Podría ser el terremoto de agosto el acontecimiento que haga surgir una nueva energía colectiva en Haití? El ejemplo de otros países recientemente devastados por una gran catástrofe inspira esta esperanza. Esta última es posible si comprendemos que la nueva creación de Haití requiere el alejamiento de las fuerzas del mal para poder recuperar la esperanza.

Encomienda tu camino a Yahveh; confía en él, y él actuará. (Salmo 37:4-5)

Debemos depositar nuestra confianza en Dios.

Jean Francky Guerrier, SJ, fue ordenado sacerdote este verano. Actualmente estudia teología en el Regis College de Toronto y trabaja en Salt + Light Media en Toronto. Tiene un podcast, Talking with Francky. 

El padre Kawas (al centro) en Durcisse con el párroco (derecha) de la parroquia de San Pío X.
El padre Kawas (al centro) en Durcisse con el párroco (derecha) de la parroquia de San Pío X.