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Historias

Un póster del Centro de Archivos e Investigación Jesuita (JARC por sus siglas en inglés) que muestra la muerte trágica de once jesuitas en 1931 durante un huracán en Belice.

Por Jerry Duggan

En la necrología de los jesuitas de la Provincia Central y Meridional de Estados Unidos, se destaca un dato importante: el 10 de septiembre. Ese día de 1931, once jesuitas murieron durante un inolvidable huracán que arrasó en lo que ahora es Belice.

Fundado como internado en 1887 en la antigua Honduras Británica (hoy en día Belice), St. John’s College (en ese entonces conocido como Select School) logró un crecimiento considerable durante sus primeras décadas.

Al poco tiempo, el aumento en inscripciones impulsó a la institución a sobrepasar las limitaciones del establecimiento. En 1916, se colocó una piedra angular para construir un nuevo campus en el parque Loyola, un terreno pantanoso a una milla del sur de la ciudad de Belice. A pesar de que este lugar era pintoresco, estaba rodeado de agua y esto lo hacía especialmente susceptible a los daños de los huracanes.

Sin embargo, se llevó a cabo la construcción del nuevo campus y el colegio continuó creciendo tanto en número de alumnos como en prestigio. En 1931, la escuela sobrevivió un brote de fiebre amarilla. La visión del colegio era optimista, pero todo cambió rápidamente en solo unas horas.

En los últimos días de agosto de 1931, se desarrolló una tormenta en la costa de África. Cruzó el Atlántico, pero no adquirió suficiente fuerza hasta que llegó al Mar Caribe el 6 de septiembre.

Se dice que un jesuita que trabajaba en el colegio, P. Bernard New, había trazado el trayecto de la tormenta en una pizarra. De acuerdo a su mapa, la tormenta no afectaría el área por completo. De acuerdo a esta predicción, el colegio decidió organizar celebraciones para el 10 de septiembre.

El 10 de septiembre era un día festivo importante para Honduras Británica. El 10 de septiembre de 1978, un grupo de colonizadores británicos conocidos como Baymen combatió a las fuerzas españolas de una vez por todas, luego de años de lucha entre ambos. Luego de esta derrota en la batalla de St. George’s Caye, los españoles nunca regresaron al lugar.

Durante ese día siempre había una atmósfera de carnaval, similar al cuatro de julio en Estados Unidos. Había desfiles en las calles y reuniones de amigos y familiares. Un ambiente de celebración reinaba en la nación.

Así era el ambiente en las horas de la mañana del 10 de septiembre de 1931, el 133o de la batalla de St. George’s Caye. Las nubes y el viento de la mañana eran preocupantes, pero parecía todo normal, de acuerdo a los informes escritos del día.

Alrededor de las diez de la mañana, comenzó a llover mucho, pero luego paró. Cualquier preocupación leve que se hubiera generado se disipó. Los alumnos residentes de St. John’s habían almorzado temprano a las once para reunirse por la tarde en un gran desfile.

Sin embargo, el clima empeoró y se cancelaron todas las celebraciones de la tarde. Para ese entonces, ya era demasiado tarde para que las miles de personas que habían viajado a la ciudad para celebrar regresaran a sus casas.

La tormenta llegó de repente en las primeras horas de la tarde y el colegio no tenía un plan de evacuación o resguardo. Todo el campus se destruyó, y como un sobreviviente cuenta no quedó «ni un palo en pie».

Según los relatos de los testigos, los campanarios de la catedral se derrumbaron, vientos de más de cien millas por hora redujeron a los hombres a ponerse de rodilla y olas gigantescas causaron estragos en la zona.

Los muchachos de St. John estaban en varios lugares alrededor del campus a la hora del impacto. Sin embargo, no importaba donde estaban, todos estaban luchando por sus vidas.

De acuerdo a los relatos de un sobreviviente, «el viento soplaba tan fuerte que no se podía hablar». Durante más o menos una hora y media estuvimos tumbados, temblando y rezando».

Después de la primera fase de la tormenta, hubo un período de completa calma, ya que probablemente el ojo de la tormenta estaba pasando directamente sobre el campus. Luego, la segunda fase de la tormenta provocó mucho más daño.

Un sobreviviente se refirió a este segundo impacto como lleno de » una lluvia despiadada, un viento con matorrales y barro, árboles que se caían y una oscuridad horrible».

A medida que las condiciones empeoraban, los edificios del campus se desmoronaban uno tras otro. Primero, se desprendió el techo del gimnasio, luego el de los edificios académicos. Los árboles se derrumbaban sobre los edificios todavía en pie. Se formaron pilas de escombros, con cuerpos debajo. Después de horas de terror, la tormenta pasó, pero dejó pérdidas incalculables.

Destrucción del campus de St. John’s College.

Aproximadamente 2.500 personas murieron en la tormenta, treinta y tres de ellas en St. John. De esos treinta y tres, once eran jesuitas – seis sacerdotes, cuatro académicos y un hermano. Entre los otros veintidós muertos se encontraban dieciocho estudiantes y cuatro criados.

Aún así, de acuerdo a los sobrevivientes, ni siquiera el peor día en la historia del colegio estuvo exento de la gracia de Dios. El desinterés y la sumisión a Dios que exhibieron los moribundos es prueba de que Dios estaba presente, aún en días como el 10 de septiembre de 1931.

Un jesuita académico y sobreviviente dijo acerca de los que perecieron: «todos murieron en paz, sin quejarse. Todos estábamos preparados para morir mientras rezábamos el Acto de Contrición y hablábamos del encuentro con nuestro querido Señor, que nos ama y que pronto nos salvaría de nuestros dolores. Nadie gritaba cuando subían las aguas. Todos estaban felices y resignados a la muerte».

Luego de la tormenta, llegó la noche, y los sobrevivientes deambulaban por las calles inundadas en busca de signos de vida entre los escombros. Un hombre logró sobrevivir bajo una pila de escombros durante diez horas. Lo rescataron alrededor de las dos de la mañana para luego asistir a una misa improvisada que se celebraba en la destrozada capilla de la escuela.

Durante los días y semanas siguientes, los sobrevivientes evaluaron los daños y trataron de volver a la normalidad. Pero, el legado y el heroísmo de aquellos que perdieron sus vidas no se olvidó.

A continuación se mencionan a los jesuitas que fallecieron el 10 de septiembre de 1931, muchos de ellos actuaron de manera heroica antes de morir.

  • Padre Francis Kemphues era pastor y vio la destrucción de su iglesia y escuela mientras los niños se reunían con él para las celebraciones desafortunadas de ese día. Aunque tenía la pierna y el cráneo fracturados, absolvió a los moribundos pensando en los demás antes que en sí mismo, a la vez que se enfrentaba a su propia muerte inminente.
  • Padre Charles Palacio era el director del colegio. Daba el ejemplo sirviendo a los demás y murió mientras ayudaba a otros jesuitas y estudiantes heridos.
  • Padre Bernard New era maestro del colegio. Su sentido del humor y habilidad para reclutar alumnos para el colegio en sus viajes misioneros lo convertían en uno de los maestros más populares.
  • Padre Leo Rooney era maestro y tesorero del colegio. Tenía un gran interés en su ministerio, ayudó a construir la escuela de negocios del colegio. Probablemente murió a causa de una ola gigantesca luego de absolver a los que lo rodeaban.
  • Padre John Tracy era un gigante tierno. Enseñaba en la escuela y absolvió a los estudiantes antes de su muerte. Lo encontraron bajo una pila de escombros rodeado de los estudiantes que apreciaba tan profundamente.
  • Padre William Ferris, nativo de Irlanda, era un hombre mayor que se había curado de sus dolencias y trabajó en Belice para agradecerle a Dios por su salud. Murió a causa de la caída de un edificio o una ola gigantesca.
  • El Hermano John Rodgers comenzó en el campo de la medicina, pero finalmente descubrió que la vocación a la vida religiosa era el camino correcto para su vida. Trabajó como enfermero en Belice y era muy querido por los estudiantes y hermanos jesuitas. Quedó atrapado en una escalera y murió cuando se derrumbó un edificio del campus.
  • Richard Koch estaba en su tercer año de enseñanza en St. John’s. Era un hombre callado y de baja estatura. Koch dedicaba la mayor parte de su tiempo a la biblioteca y club de fotografía. Siempre tenía una sonrisa en la cara. Algunos dicen que ni siquiera la muerto borró su sonrisa.
  • Alfred Baumeister había estado en St. John’s un poco más de un año y ya había provocado un tremendo impacto en su clase de cuarenta y dos muchachos con los que era paciente pero firme. Tenía una gran pasión por la educación y murió al derrumbarse un edificio cuando intentaba poner a salvo a unos muchachos.
  • Deodato Burn asistió a St. John’s cuando era un muchacho y recién regresaba a su alma mater para enseñar. Su acto final fue dirigir una clase de chicos en un Acto de Contrición.
  • Richard Smith acababa de llegar a St. John’s hacía unos meses antes del huracán. Enseñaba asignaturas comerciales y matemáticas en el colegio. Murió en un aula.
Esta foto apareció en el número de noviembre de 1931 del boletín de la provincia y muestra a diez de los once jesuitas que murieron en el huracán.

Gracias al Centro de Archivos e Investigación Jesuita por ayudar con esta historia y proporcionar imágenes.