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Historias

Por Gretchen Crowder

Siempre he catalogado el amor de Dios por mí como ágape, pero cuanto más tiempo paso inmersa en la Espiritualidad Ignaciana, más abierta estoy a considerar que la mejor representación del amor de Dios por mí podría ser, en cambio, philia.

Hay cuatro palabras griegas que designan el amor: ágape (amor incondicional), eros (amor romántico), philia (amor de amistad) y storge (afecto empático). La lengua inglesa es limitada en lo que se refiere al amor. Cuando la Biblia se tradujo al inglés, love se convirtió en la palabra común utilizada para todos estos diversos tipos mencionados. El viejo adagio de que «algunas cosas se pierden en la traducción» es definitivamente cierto, especialmente cuando se trata del amor.

En el pasaje del Evangelio de Juan de hoy, la palabra griega original utilizada es ágape. Leemos que Dios amó al mundo tan incondicionalmente, tan magnánimamente, que envió a Jesús para que fuera humano como nosotros. Como humano como nosotros, Jesús deseaba amistad, y encontró amistad en sus apóstoles. De hecho, más adelante, en el Evangelio de Juan, oímos a Jesús decir: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando» (Juan 15, 12-14). Jesús mira a los apóstoles que tiene delante y les dice: «Vosotros sois mis amigos«. De hecho, eran amigos a los que amaba tanto, que estaba dispuesto a dar la vida por ellos.

Jesús no sólo deseaba amistad con sus apóstoles cuando caminaba por esta tierra, sino que también desea amistad con nosotros ahora mismo, en este preciso momento. Pero, para ser sincera, ese deseo me intimida un poco. Creo que, en cierto modo, me resulta más fácil quedarme con el ágape como la forma en que Jesús me ama. El amor de amistad, philia, que Jesús también tiene por mí me asusta un poco.

¿Por qué?

Creo que la amistad es complicada. De niña e incluso de adolescente, la amistad ha sido algo fácil de encontrar y desarrollar. Las amistades se formaban allí donde yo estaba: en la clase, en el patio, en el coro o en el campo de fútbol. En la universidad, mis amistades se formaron allí donde apoyaba la cabeza, el dormitorio que me asignaron al azar cuando acepté mi admisión en Notre Dame. También me hice amiga de las personas con las que me quedaba estudiando hasta altas horas de la noche en las clases de ingeniería a las que insistí en apuntarme los dos primeros años. Algunos de mis mejores amigos de la universidad los hallé en ese entorno.

Ahora, como adulta, encuentro que la amistad es un poco más difícil. Tengo amigos del trabajo, amigos de otros padres, amigos del gimnasio y mucho más. Sigo teniendo esos amigos que nacieron de mi entorno. Sin embargo, me doy cuenta de que, a medida que envejezco, deseo algo más que amistades de mi entorno. No obstante, a pesar de este deseo cada vez mayor, también me doy cuenta de que, con lo ajetreada que es la vida, la mayoría de los días no dispongo del ancho de banda necesario para hacer el esfuerzo que exigiría ese tipo de amistades. La verdadera amistad, la amistad virtuosa como la describiría Aristóteles, requiere tanto esfuerzo como atención. La verdadera amistad requiere disponibilidad y vulnerabilidad. La verdadera amistad requiere más de mí de lo que puedo ofrecer en esta época de la vida.

Por eso, tal vez la salida más fácil era pensar que el amor de Dios por mí era únicamente ágape. Si el amor de Dios por mí es tan magnánimo, tan de otro mundo, entonces mi respuesta de amor palidecerá inevitablemente al compararlos. Tiene que ser así. Al fin y al cabo, sólo soy humana. Pero si en cambio el magnánimo amor de Dios por mí, el ágape de Dios, se transformó en philia en Jesús, entonces mi respuesta de amor a Dios es algo realmente a mi alcance.

Si el amor al que Jesús me invita es la philia, me temo que tengo trabajo por hacer.

Dios desea la amistad

Según el jesuita Edward Vacek, que escribió sobre el ágape y la philia y Dios, el ágape es un amor que se ofrece únicamente por el bien del ser amado, mientras que la philia es un amor que se ofrece por el bien de la relación. En el contexto cristiano, adoramos a un Dios trinitario: tres personas en un solo Dios, el ejemplo más puro de relación. Esta philia entre las personas de la Trinidad no se queda entre ellas, sino que se desborda y se derrama hacia nosotros, invitándonos a todos a la relación. La principal diferencia entre ágape y philia es que la relación es primordial.

Esto es lo que Ignacio descubrió a través de su conversión: que Dios deseaba, por encima de todo, una amistad con nosotros. Nuestra relación con Dios era el fin para el que fuimos creados. A ella deben dirigirse todos nuestros esfuerzos. Dios desea una relación continua con nosotros allí donde nos encontramos, no como simples criaturas que adoran a su creador, sino como cocreadores con Dios en cada momento de cada día. De hecho, los Ejercicios Espirituales de San Ignacio nos invitan a conocer quiénes somos y quién es Dios, para que podamos desarrollar esta relación, esta amistad con Dios, y dejar que las gracias de esta amistad se derramen sobre el resto de la humanidad.

El reto de responder a la philia a la que Jesús me invita, sin embargo, no es sólo el esfuerzo y la atención que requiere de mí, sino que el reto es también cuán expansiva debe ser esta philia. Si realmente considero a quienes Jesús consideraba sus amigos, reconoceré que no se limitaban a un círculo insular particular. Por el contrario, el círculo de Jesús era tan amplio que incluía a todo el mundo, especialmente a los marginados, a los que normalmente se considera fuera de los límites de las relaciones sociales. Para mí, el reto de la philia de Jesús es que me invita a un tipo de inclusividad radical, casi absurda.

El padre Greg Boyle, SJ, en su libro Tattoos on the Heart: The Power of Boundless Compassion [Tatuajes en el corazón: El poder de la compasión ilimitada] explica el tipo de amistad, o parentesco, que Jesús ofrecía. Escribe: «Parentesco – no servir al otro, sino ser uno con el otro. Jesús no era «un hombre para los demás»; era uno con ellos. Hay un mundo de diferencia en eso».

El padre Boyle explica que la expresión de amistad de Jesús tenía que ver principalmente con la compasión. Pero, ¿cómo es la verdadera compasión? Escribe: «La compasión no consiste sólo en sentir el dolor de los demás; consiste en atraerlos hacia uno mismo. Si amamos lo que Dios ama, en la compasión se borran los márgenes. Sé compasivo como Dios es compasivo’ significa el desmantelamiento de las barreras que excluyen». (75).

Dios amó tan magnánimamente al mundo que envió a su Hijo para que fuera uno con nosotros. El ágape de Dios por ti y por mí dio como resultado a Jesús, plenamente divino y plenamente humano, que no deseaba otra cosa que la amistad con nosotros. A cambio de este amor, se nos invita a entrar en relación unos con otros, a ofrecer un tipo de amistad compasiva que se extienda más allá de las líneas fronterizas invisibles que hemos trazado en torno a nosotros mismos y a nuestras vidas.

No es una invitación fácil.

Así pues, vuelvo a preguntar, tanto para mí como para ti: ¿estamos verdaderamente abiertos al ofrecimiento de amistad de Dios? ¿Estamos dispuestos a aceptar la philia que se mueve entre las personas de la Trinidad y fluye hacia nosotros? ¿Estamos dispuestos a hacer un ofrecimiento de philia a cambio y ampliar nuestro círculo más de lo que nunca creímos posible?

Sugerencia de oración

Esta semana, te invito a reflexionar sobre las Bienaventuranzas, la invitación de Jesús en el Evangelio de Mateo a la intimidad espiritual con él – esas ocho invitaciones de Jesús a liberar nuestros corazones para que podamos estar abiertos a la amistad que él desea tener con nosotros. El siguiente Examen sobre las Bienaventuranzas se basa en el escrito del P. Monty Williams, SJ, en su libro The Gift of Spiritual Intimacy: Following the Spiritual Exercises of Saint Ignatius [El don de la intimidad espiritual: Siguiendo los Ejercicios Espirituales de San Ignacio], en el que utiliza las Bienaventuranzas como ejercicio de oración relacionado con el examen de uno mismo como pecador amado durante la Primera Semana de los Ejercicios Espirituales. Te invito a poner en oración este Examen a lo largo de la semana que tienes por delante, quizá deteniéndote a contemplar una bienaventuranza cada día si eso profundiza tu oración.

Examen sobre las bienaventuranzas [en inglés]

 

Transcripción del vídeo

El modelo de amistad de Jesús era radicalmente inclusivo. También es increíblemente difícil de imitar.

Implicaba un profundo sentido de la pobreza, espiritual y de otro tipo, consuelo y alivio, mansedumbre y humildad, hambre y sed de justicia, una absurda ofrenda de misericordia, un reconocimiento constante de la santidad presente a nuestro alrededor, y una ofrenda constante de fe, esperanza y amor incluso ante la persecución.

Esta era la amistad que Jesús ofrecía mientras caminaba por la tierra a todos aquellos con los que se encontraba.

Es también el tipo de amistad que Jesús nos ofrece hoy.

A cambio de esta amistad, se nos invita a ofrecer una amistad radicalmente inclusiva a los demás. Se nos invita a ir más allá de los círculos arbitrarios que hemos trazado en torno a nuestras vidas y nuestras comunidades y a acoger a todo el mundo.

No es una petición fácil. Al menos, no creo que lo sea.

A menudo, esta petición me parece demasiado grande, sobre todo en el mundo de hoy, que cada día es más complejo. Me encuentro luchando por saber por dónde empezar y demandando a Jesús que me diga exactamente qué hacer. Quiero un esquema. Quiero un guión. Quiero una marca clara y evidente en el suelo que me diga «Empieza aquí».

Pero tal vez Jesús ya me la ha entregado.

En el Sermón de la Montaña del Evangelio de Mateo, Jesús esboza ocho maneras en las que podemos trabajar para imitar su modelo de inclusividad radical. El jesuita Greg Boyle, en su libro Tatuajes en el corazón, explica las Bienaventuranzas de esta manera: «Las Bienaventuranzas no son una espiritualidad… son una geografía. Nos dice dónde situarnos». Es la marca que exigía.

Así que, al comenzar nuestro Examen juntos, te invito a reflexionar: ¿Dónde estoy ahora mismo? ¿Es donde Jesús me invita a estar?

El siguiente Examen sobre las Bienaventuranzas se basa en lo escrito por Monty Williams, SJ, en su libro The Gift of Spiritual Intimacy: Following the Spiritual Exercises of Saint Ignatius [El don de la intimidad espiritual: Siguiendo los Ejercicios Espirituales de San Ignacio], donde utiliza las Bienaventuranzas como ejercicio de oración relacionado con el examen de uno mismo como pecador amado durante la Primera Semana de los Ejercicios Espirituales.

Comencemos, pues, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de Dios.

En The Gift of Spiritual Intimacy [El don de la intimidad espiritual], Monty Williams, SJ, escribe lo siguiente sobre la primera bienaventuranza: «La pobreza de espíritu es la conciencia radical de nuestra nada y de nuestra dependencia de la Providencia Divina para la salud, la aprobación, la imagen, la identidad, la amistad, incluso la vida misma» (67).

¿A qué me estoy aferrando que amenaza con aumentar la distancia entre Dios y yo?

¿Qué gracias necesito para liberarme del control y poder ver cada momento como un puro regalo de Dios?

¿De qué manera debo aumentar mi pobreza para estar más presente en el Reino de Dios aquí en la tierra?

Señor, ayúdame a estar entre los pobres de espíritu para que podamos, junto contigo, co-crear el Reino de Dios en la tierra como en el cielo.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

En The Gift of Spiritual Intimacy, [El don de la intimidad espiritual] Monty Williams, SJ, escribe lo siguiente sobre la segunda bienaventuranza: «Porque llorar es entrar en comunidad; el consuelo que se ofrece a los que lloran es la creciente comprensión de que el mismo acto de llorar es también el acto en el que se produce la resurrección. El luto crea alegría. El luto transforma el dolor en esperanza» (71).

¿De qué manera tengo miedo de llorar delante de Dios y de los demás? ¿De qué manera tengo miedo de llorar con Dios y con los demás?

¿Qué gracia(s) necesito para liberarme de este miedo y permitir que mi duelo me transforme a mí y a mi comunidad?

¿De qué manera debo aumentar mi vulnerabilidad ante los que sufren en el mundo y dejar que me llame a trabajar por la transformación?

Señor, ayúdame a estar entre los afligidos del mundo y a unir mi dolor al suyo para que podamos consolarnos mutuamente en espera de la resurrección que está por llegar.

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.

En The Gift of Spiritual Intimacy, [El don de la intimidad espiritual], Monty Williams, SJ, escribe lo siguiente sobre la tercera bienaventuranza: «Ser amable es, en primer lugar, afrontar no sólo nuestra vulnerabilidad, sino también el horror, la abyecta desnudez y la ciega miseria que se disfrazan de poderes de este mundo, sin quedar paralizados o atrapados por el miedo -propio o ajeno-… Ser amable nos llama a danzar en las llamas, y en las cenizas, y en los lugares difíciles de esta vida» (73).

¿De qué manera me resisto a la invitación de Dios a la vulnerabilidad?

¿Qué gracia(s) necesito para combatir esta resistencia y permitirme entrar en los lugares difíciles de esta vida con la certeza de que siempre me sostiene tu suave abrazo?

¿De qué manera debo aumentar mi mansedumbre hacia los demás para estar dispuesto a caminar en su lugar y experimentar los horrores de sus vidas sin ceder al miedo?

Señor, ayúdame a estar entre los mansos del mundo y a unir mi mansedumbre a la suya para que juntos podamos aumentar nuestra empatía por la plenitud de la experiencia humana en esta tierra.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

En The Gift of Spiritual Intimacy, [El don de la intimidad espiritual], Monty Williams, SJ, escribe lo siguiente sobre la cuarta bienaventuranza: «Cuando tenemos hambre y sed de justicia, vivimos nuestra pobreza de un modo que permite que la misericordia de Dios se manifieste a través de nosotros. Experimentamos ese deseo incluso en nuestros cuerpos, porque nuestros cuerpos son nuestra forma de estar en este mundo… Nuestro deseo es la comunidad de amor que incluye a todos sin excepción» (76).

¿De qué manera me falta la intensidad de la pasión necesaria para trabajar eficazmente por la justicia en el mundo de hoy?

¿Qué gracia(s) necesito para intensificar mi pasión contra las injusticias que sufren los demás, de modo que pueda sentirla tangiblemente en mi cuerpo y en mi alma?

¿De qué manera debo aumentar mi hambre y mi sed de justicia para que se respete la dignidad de todos y florezca la humanidad?

Señor, ayúdame a estar entre los que tienen hambre y sed de justicia en este mundo y a unir mi pasión a la suya para que juntos trabajemos por la satisfacción de un mundo justo y equitativo.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

En The Gift of Spiritual Intimacy, [El don de la intimidad espiritual], Monty Williams, SJ, escribe lo siguiente sobre la quinta bienaventuranza: «La misericordia es ilógica. No tiene objetivos, no espera recompensas y no es autocomplaciente. Se esfuerza por amar a sus enemigos, sin esperar nada a cambio… Sin embargo, no podemos hacerlo todo, el intento de hacerlo todo nos niega la misericordia. Sólo podemos hacer aquello para lo que hemos sido dotados» (78).

¿De qué manera me resisto a recibir y/u ofrecer una cantidad de ilógica misericordia?

¿Qué gracia(s) necesito para estar abierto a amar y perdonar a todo el mundo, aunque no obtenga nada a cambio de mis esfuerzos?

¿De qué manera debo aumentar mi ilógica misericordia, ofreciendo magnánimamente mis dones únicos a los demás, para poder mostrar a Dios lo agradecido que estoy de ser amado?

Señor, ayúdame a ponerme en medio de los que son ilógicamente misericordiosos y a unir mi ofrenda de misericordia a la suya, como signo de nuestra gratitud y de nuestro reconocimiento del amor que Tú nos ofreces.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

En The Gift of Spiritual Intimacy, [El don de la intimidad espiritual], Monty Williams, SJ, escribe lo siguiente sobre la sexta bienaventuranza: «Lo que el corazón ve es que todo lo que existe es santo. Ser puro de corazón es entrar en la lucha de la creación, en la que todo está implicado. Es realizar esa llamada a la santidad en todas las circunstancias de la vida» (81).

¿De qué manera no veo a Dios en todas las cosas?

¿Qué gracia(es) necesito para abrir los ojos a la santidad presente en toda la creación?

¿De qué manera debo aumentar la pureza de mi corazón, para que la presencia de Dios sea más tangible en mi experiencia diaria?

Señor, ayúdame a estar entre los puros de corazón y a unir mi experiencia de santidad a la suya, para que el mundo aumente la conciencia de tu presencia continua en todo y permita que esta conciencia nos una y nos cure.

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

En The Gift of Spiritual Intimacy, [El don de la intimidad espiritual], Monty Williams, SJ, escribe lo siguiente sobre la séptima bienaventuranza: «Nos convertimos en pacificadores sólo cuando hacemos las paces con nosotros mismos, sólo cuando reconocemos las heridas de nuestra vida, a través de una curación de recuerdos y sensibilidades dentro de la visión que da sentido a nuestra vida. Esa visión surge cuando aceptamos que somos sostenidos por la misericordia compasiva de Dios, y que nadie está fuera de esa misericordia» (84).

¿De qué manera contribuyen mis acciones al odio y la discordia en lugar de a la unidad y la paz?

¿Qué gracia(s) necesito para abrazar la paz que me ofreces y permitir que me mueva a ofrecer paz a los demás?

¿De qué manera debo aumentar mi deseo de un mundo en paz y permitir que este deseo me mueva hacia una ofrenda de mí mismo al servicio de esta visión?

Señor, ayúdame a estar entre los pacificadores y a unir mi ofrenda de paz a la suya, para que podamos ser cocreadores de un mundo construido sobre el amor transformador que Tú nos ofreces a nosotros, tus hijos.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

En The Gift of Spiritual Intimacy, [El don de la intimidad espiritual], Monty Williams, SJ, escribe lo siguiente sobre la octava bienaventuranza: «Esta hambre de Dios nos vuelve insensatos por amor a Cristo, y nos hace partícipes de la pasión que el Padre tiene por su Hijo y de la pasión que el Hijo tiene por el Padre. Esa pasión por decir sí a la vida, por dar el salto de fe en cada momento de la vida y por volver al mercado cargados de dones es el Espíritu.

¿En qué aspectos soy demasiado pragmático para ser insensato por amor a Dios?

¿Qué gracia(s) necesito para abrazar el tipo de insensatez que me permite dar los saltos de fe que Dios me invita a dar?

¿De qué manera debo aumentar mi deseo de un sí apasionado a Dios, incluso si ese sí puede resultar en mi propia persecución?

Señor, ayúdame a ponerme en medio de los perseguidos por amor a ti, y a unir mi ofrecimiento de un sí radical con los de aquellos, para que podamos encontrar fuerza los unos en los otros y juntos transformar el mundo.

Amén.

 

Acompáñame la semana que viene en este viaje para aceptar e interiorizar nuestro amor en este tiempo de Cuaresma.

Gretchen Crowder escribió Apoyándonos en nuestro amor, una introducción a su tema para esta Cuaresma. Lleno de inspiración y sugerencias de oración, puedes descargarlo como PDF para rezar con él durante todo el tiempo de Cuaresma. Gretchen es ministra del campus y educadora en el Jesuit College Preparatory School de Dallas, además de escritora, directora de retiros y podcaster. Puedes encontrarla en gretchencrowder.com y en Loved As You Are: An Ignatian Podcast, disponible en todos los sitios de podcasts.